La peor noticia que he recibido en mi vida

Anónimo

¿Qué tal? Les contaré un poco de mi historia. Tengo 35 años, vivo en México, país donde afortunadamente los medicamentos y el servicio médico son gratis. Llevo más de un año con mi diagnóstico de VIH.

Todo comenzó en marzo de 2022, cuando decidí hacerme la prueba en un laboratorio para enfermedades de transmisión sexual. Sorprendentemente di positivo al VIH, cosa que me golpeó por completo. No necesito explicarles mucho, pues creo que todos aquí saben de ese sentimiento.

Mi vida en ese instante se definió por solo 3 segundos. Decidí inconscientemente que yo no formaría parte de la estadística y no pasaría por todo esto. Era “definitivo” que me quitaría la vida ahí mismo. Gracias a Dios no pasó, por cuestiones divinas del destino, llámenle como gusten, pero no pasó. En ese instante, pensé egoístamente, porque debo mencionarles que llevó en una relación desde hace más de 10 años con la misma pareja y, en octubre de 2021, recién me había convertido en padre de una hermosa niña.

Mi mayor temor era pensar que pudiese haberle arruinado la vida a ella y a su madre. No supe cómo reaccionar, el mundo se me cerró y, con todo ese sentimiento, llegué a casa de mi mamá, quien ha sido mi gran apoyo desde ese amargo día. Mi pareja, al contárselo, obviamente pensó igual que yo: por nuestra hija y ella. No la culpo y todo lo que en ese momento me dijo, pues la entiendo francamente a la perfección. Afortunadamente, ella ese día se realizó la prueba [del VIH] y dio negativo. Fue un poco de alivio a mi situación que, aun así, para mí era completamente negra aquel día.

Después de eso, sorpresivamente, ella, su familia y nuestras hijas (mi hija recién nacida y la otra hija que ella tenía al momento de yo conocerla hace 10 años y a quien adopté como mi hija, pues el término hijastra no me gusta para nada) aparecieron para darme ánimos. Me sorprendió tanto el hecho de que su familia y ella misma estuvieran ahí para mí, con todo su apoyo, sin preguntar, sin criticar y sin juzgarme… Ella, al igual que mi familia, comenzaron a apoyarme de inmediato para salir de mi amarga depresión. Mis verdaderos amigos también estuvieron ahí.

Incluso mi propio padre, una persona dura y con dificultades para mostrar algún sentimiento, estuvo ahí también, junto a mi familia cercana (mi tío y mi tía junto con mis primos, los únicos en toda la familia en saberlo). Les estoy muy agradecido por abrazarme y apoyarme hasta el día de hoy. Todos me ayudaron a salir de la gran depresión en la que me encontraba, pues yo tenía miedo inclusive de abrazarlos o tocarlos, de siquiera tomar entre mis brazos a mi hija de apenas meses.

Gracias a ese gran apoyo, tomé fuerzas y comencé mi proceso para tomar el tratamiento [antirretroviral]. Me daba vergüenza ir al médico y decirle lo que tenía. Recuerdo ese día a la perfección. Entré con pánico al hospital y, antes de atenderme el doctor, me pasaron con una enfermera, que tomó mis datos y me realizó un examen físico. Recuerdo muy bien cuando me preguntó el motivo de mi visita, a lo cual yo me quedé mudo y sin saber qué contestar. Gracias a Dios, me dijo que no me preocupara, que si no lo deseaba no era necesario contestar.

Cuando llegó la visita con mi médico, como pude, con todo mi sentimiento, le dije lo que me pasaba. Ese día cambió todo para mí. Desde ese momento, el doctor me dio la mejor atención y la mayor de las confianzas. Me explicó el proceso y me dijo que no me preocupase, que existía un tratamiento para convertir el VIH en una patología [crónica] y que podría vivir sin ningún problema mi vida.

Entonces, me derivaron a una infectóloga, que de igual manera me trató de la mejor forma, profesional y, más aún, humana. La privacidad con que manejaron la situación fue crucial, pues yo tenía pavor de que más gente supiese lo que tenía. La privacidad fue excelente. Ni siquiera el consultorio tiene ningún letrero o leyenda de clínica del VIH o sida, sólo es un consultorio en medio de más consultorios de especialidades. Desde la enfermera de la entrada hasta la recepcionista me han tratado de lo mejor, no sólo a mí, sino a todo el que ingresa ahí. Hoy en día, ya sé que quienes vamos con esa doctora están por algo similar.

Recuerdo muy bien mi primer día con mi doctora. Yo ya llevaba previamente exámenes médicos de todo para no perder tiempo. (Olvidé mencionar que el tiempo que transcurrió desde el día de mi diagnóstico hasta la fecha de mi cita con la infectóloga para recibir mi tratamiento fue de un poco más de 2 meses). Bueno, mi doctora, al revisar los resultados de mis exámenes, vio que mi azúcar y triglicéridos estaban por las nubes. Nunca se me olvidará lo que me dijo: “Mira, aquí lo más preocupante de todo son estos niveles que te pueden matar de una diabetes o un infarto”. Me sorprendí cómo le podía preocupar más eso que mi diagnóstico de VIH. Me miró fijamente y me dijo: “Por el VIH no te preocupes; hoy en día, afortunadamente, existe un nuevo medicamento de una sola píldora diaria de por vida para mantener a raya el VIH, lo demás es historia”. Me explicó el proceso de cómo serian mis evaluaciones anuales, mis pruebas y, por suerte, desde ese día hasta hoy voy más que bien.

Tener miedo es normal y más cuando nuestra ignorancia hacia el tema nos sobrepasa, pues, créanme, antes de esto, ni yo ni parte de mi familia teníamos conocimiento de que existía tratamiento [frente al VIH] para mantenerlo dormido. Me sorprende, pero también agradezco a Dios que tanto mi familia como la de mi pareja se han sabido informar y, hoy en día, me tratan como una persona más, siento en ocasiones que se les olvida [mi estado serológico positivo].

Afortunadamente, a finales de 2022 logré casarme tanto religiosa como legalmente con mi pareja, con quien llevo más de 10 años y que supo apoyarme y decidió quedarse sin cuestionarme ni reprocharme nada. Me ha sacado de esa depresión que me afectó hasta en la parte sexual, en mi autoestima y en todo lo que se puedan imaginar. Gracias a Dios, ella y mi hija dieron negativo al VIH en todas sus pruebas hasta el día de hoy. Y yo, aquí sigo, con altas y bajas. No voy a negar que hay días que vivo mi vida como si nada hubiese pasado y existen otros tantos que, a la hora de tomar [la medicación], me recuerdan aquel terrible día. Pero la lección de vida es grande y, cada día que pasa, aprendo más sobre esta vida.

Hoy, los que me quieren y saben de esto, están aquí conmigo. He entendido que no es necesario ir por el mundo haciendo saber a todos mi seropositividad. Sólo con tiempo y confianza se decide a quien sí y a quien no [se le explica]. ¡Salgamos adelante! En un futuro existirá una cura [del VIH], lo sé, pero mientras, agradezcamos que es algo con lo que podemos vivir tan normal que incluso hasta hijos podemos tener.

 Tengo un muy buen amigo que sufrió un cáncer de sangre y, al hacerle saber mi condición, me reprochó: “Me gustaría cambiarte eso por esto. Tú al menos sabes que existe un medicamento eficaz, en cambio yo vivo día a día esperando que mi procedimiento tenga éxito, y aun así, después de tenerlo, vivo con el miedo de que regrese”. Ahí entendí que ni tú ni yo pedimos pasar por esto, pero debemos agradecer de tener una salida con una vida digna como los demás.

No se rindan y, a aquellos que están comenzando [con la situación creada en torno al diagnóstico del VIH], primero vean y lean esto y sepan que jamás estarán solos, que esto, o nos hace más fuertes o nos mata, pero sólo si usted lo decide.

Saludos. Siéntanse libres de escribirme si tienen dudas o quieren compartir algo o simplemente quieren ser escuchados.

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