La enfermedad renal aumenta la mortalidad en mujeres con sida que inician el tratamiento anti-VIH

El tener una mala función renal en el momento de empezar la terapia antirretroviral está relacionado con un mayor riesgo de muerte, según sugiere un estudio llevado a cabo entre mujeres de EE UU y publicado en la edición digital de Journal of Acquired Immune Deficiency Syndromes.

Michael Carter

Las mujeres que tuvieron una enfermedad definitoria de sida y una enfermedad renal en el momento de comenzar el tratamiento antirretroviral fueron dos veces más propensas a fallecer que las mujeres cuya función renal era normal.

“Nuestro estudio demuestra que el tener una enfermedad renal crónica en el momento de iniciar la terapia antirretroviral de gran actividad [TARGA] está relacionado con un mayor riesgo de muerte, con independencia de los factores de riesgo de mortalidad relacionados con el VIH”, comentan los autores del estudio.

Un equipo de investigadores del Estudio Women’s Interagency HIV (WIHS, en sus siglas en inglés) ya había demostrado que la presencia de la enfermedad renal crónica aumentaba el riesgo de mortalidad en mujeres con VIH, tanto en la era anterior a TARGA como en los primeros años tras la introducción de esta potente terapia antirretroviral combinada.

Esta vez, decidieron comprobar si la función renal en el momento de empezar el moderno tratamiento anti-VIH estaba relacionada con un posterior riesgo de fallecimiento.

Se llevó a cabo un análisis retrospectivo que contó con 1.415 mujeres con VIH, todas las cuales se sometieron a mediciones de su nivel de creatinina en los 15 meses siguientes al inicio del tratamiento antirretroviral.

Se comprobó que 44 mujeres tenían enfermedad renal crónica (definida como una tasa de filtración glomerular estimada [TFGe] inferior a 60 mL/min/1,73m2) en el momento de empezar la terapia anti-VIH.

Estas personas eran mayores (44 frente a 39 años) que las que no tenían la enfermedad en los riñones. También presentaban un recuento de CD4 más bajo (171 frente a 271 células/mm3), un menor nivel de albúmina en suero [3,6 frente a 4,2 mg/dL] y, en general, mostraban un peor estado de salud, tenían más probabilidades de haber progresado a sida, padecer diabetes o tener una elevada presión arterial (p <0,05 en todas las comparaciones).

La mediana del período de seguimiento fue significativamente más corta en el caso de las mujeres con enfermedad renal que en las que no la tenían (3,5 frente a 7,2 años; p <0,01). El equipo de investigadores considera que esto se debió a una mayor tasa de mortalidad entre las mujeres con disfunción renal.

En realidad, a lo largo de 8.184 persona-años de seguimiento, se produjeron 335 muertes. Los autores calcularon que el riesgo de fallecimiento se veía duplicado en el caso de las mujeres con enfermedad renal (cociente de riesgo [CR]: 2,23; intervalo de confianza del 95% [IC95%]: 1,45 – 3, 43).

Sin embargo, al realizar el ajuste para tener en cuenta la presencia de hipertensión y diabetes, esta relación se debilitó hasta el punto de alcanzar una significación estadística marginal (CR: 1,89; IC95%: 0,94 – 3,80).

El fallo renal fue la causa de muerte del 17% de las mujeres con enfermedad en los riñones. La cardiopatía fue el motivo de fallecimiento en el caso del 11% de las mujeres con enfermedad renal, pero sólo del 6% cuya función renal era normal.

El equipo de investigadores subrayó este hallazgo comentando: “Muchos de los mismos factores de riesgo que conducen a la enfermedad renal crónica también llevan a la aparición de la enfermedad cardiovascular. Estos factores de riesgo de enfermedad renal crónica, y la propia patología, pueden conducir a la activación del sistema de angiotensina, a la aparición de inflamación, calcificación extraesquelética y dislipidemia que, a su vez, puede traducirse en una disfunción endotelial”.

En conjunto, el 14% de las mujeres sin enfermedad en los riñones murieron de cáncer en comparación con ninguna de las mujeres con daño renal. “Es posible que las mujeres con enfermedad renal crónica fueran más propensas a fallecer por otros motivos antes de que hubieran desarrollado cáncer”, comentan los autores como explicación.

Estos hallazgos se vieron modificados cuando en el modelo de los investigadores se tuvieron en cuenta factores vinculados tradicionalmente con las muertes por causas relacionadas con VIH.

Cada disminución de un 20% en los niveles de TFGe en el momento de iniciar el tratamiento anti-VIH estuvo asociada con un aumento del 28% en el riesgo de fallecimiento en mujeres con diagnóstico de sida (CR: 1,28; IC95%: 1,33 – 1,44).

No obstante, la relación entre una peor función renal y la mortalidad fue más débil en el caso de las mujeres que no habían progresado a sida antes de iniciar la terapia anti-VIH (CR: 1,1; IC95%: 1,06 – 1,17). Cuando se ajustó este resultado para tener en cuenta el historial de diabetes o hipertensión, la relación dejó de ser significativa.

“El estado de la función renal en el momento de empezar la TARGA está vinculado de forma independiente con la mortalidad en las mujeres con un historial de sida”, indican los autores.

Por último, concluyen: “Nuestro estudio subraya la importancia de realizar un examen temprano para detectar una posible enfermedad renal en mujeres con VIH antes de iniciar la terapia antirretroviral de gran actividad”.

Referencia: Estrella MM, et al. The impact of kidney function at highly active antiretroviral therapy initiation on mortality in HIV-infected women. J Acquir Immune Defic Syndr, advance online publication, 2010.

Traducción: Grupo de Trabajo sobre Tratamientos del VIH (gTt).

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