La resaca de UNGASS

Pocas luces y amplias sombras en el compromiso internacional frente al VIH/SIDA

Joan Tallada
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A poco que uno o una se interese por las noticias, habrá sabido que la semana pasada se celebró en Nueva York una reunión, dicen que importante, en la que participantes, dicen que más de mil, llegados de todos los rincones del planeta nos reunimos (incluido este redactor) para hablar, discutir, presionar y dar como resultado algo tan poco tangible como un documento de ocho de páginas vago y farragoso que se supone que es la respuesta del mundo al impacto de la pandemia VIH/SIDA.
 
La responsabilidad primera era –y es– de los representantes de los gobiernos allí congregados. Pero lo que debía de haber sido un encuentro para rendir cuentas sobre qué se había cumplido y qué no de la Declaración de Política que se firmó en 2001, que pese a su déficit sigue siendo de referencia, se convirtió en algo pomposamente denominado “Reunión de alto nivel” de la Sesión Especial de la Asamblea General de Naciones Unidas (UNGASS, en sus siglas en inglés).
 
La declaración política final surgida de la reunión ha sido interpretada como un fracaso no sólo por las organizaciones de la sociedad civil, sino también por varios gobiernos (en lenguaje diplomático) y por los propios artífices: los responsables de la agencia especializada ONUSIDA y el Secretario General, Kofi Annan.
 
Dicha declaración evita el lenguaje sobre realidades (el uso de drogas, la homosexualidad o el trabajo sexual) que repugnan a cierta moralidad, no cifra los compromisos con claridad, evita los indicadores mensurables de evaluación y deja en el aire el calendario de desarrollo y aplicación de las políticas acordadas. 
 
De nada sirvió que las ONG invocáramos la intervención de Annan, o que la prensa estuviera casi toda de “nuestro” lado: las complejas y en ocasiones opacas alianzas geoestratégicas se impusieron, y los gobiernos sacrificaron los derechos de sus nacionales en aras del juego del poder. Cierto, algunos, como España, y otros de la Unión Europea, además de Canadá y Australia, quisieron ir más lejos, pero su peso político es más bien escaso. Que la UE en su conjunto sea el principal donante internacional pero que luego los gobiernos de los países en desarrollo menosprecien su posición es sólo una muestra más del tragicómico momento europeo.
 
Pero no sería justo echar todas las críticas a los Estados que conforman Naciones Unidas. Los funcionarios de Naciones Unidas deberían hacer autocrítica, ya que el trabajo preparatorio fue lamentable, y el modelo de discusión parecía más inspirado en un mercado persa, donde cada quien trocaba apoyos o defendía su agenda particular, que con una discusión sobre los derechos humanos –que de eso trata el VIH/SIDA– y como garantizarlos. Que en el último minuto ONUSIDA espoleara a la comunidad para solicitar la intervención de Annan, como si fuera una divinidad, olvidando que se ha convertido en una figura debilitada por los casos de corrupción que afectan a su hijo y los fracasos de ciertas campañas humanitarias, es una muestra más de la improvisación y de la falta de profesionalidad.
 
Capítulo final merece la sociedad civil, las ONG, los grupos comunitarios o como queramos llamarnos. Habría que preguntarse si el empeño por decir que representamos grupos particulares (que antes se decían de “riesgo”, y ahora hemos cambiado eufemísticamente a “vulnerables”) y no que defendemos valores universales y derechos que deben ser respetados en, literalmente, todo el mundo, no hace el juego al poder político. Porque las discusiones al final se trasladan al campo de la moral (qué es aceptable y qué no), abandonando el de la ética (a qué se tiene derecho, y qué responsabilidades conlleva).
 
Tras cinco días de jornadas agotadoras, el espejo nos devuelve una sensación de frustración y esterilidad. Cinco días en los que habrán fallecido 40.000 seres humanos cuando no era inevitable que sucediera. Otra oportunidad perdida.
 
Fuente: Elaboración propia

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