Si un visitante de otro planeta apareciera por la tierra en estos momentos se encontraría con una especie animal vertebrada, la humana, que ha colonizado cada rincón y llegado a dominar el espacio, la naturaleza, otros seres animales y a sus semejantes hasta límites insospechados. Los humanos hemos encontrado fórmulas imaginativas y excepcionales para hacer nuestra vida más larga, más placentera y más cómoda, pero también tenemos una asombrosa capacidad de destrucción y autodestrucción, sin que lo primero padezca mayores inconvenientes por convivir con lo segundo.
Como ejemplo, el VIH/SIDA. Nuestro visitante podrá saber que este año, durante tres días a caballo entre mayo y junio, l@s representantes de los gobiernos del mundo se reunieron en Naciones Unidas para, una vez más, intentar llegar a un acuerdo sobre qué y cuánto hacer para detener a escala global esta pandemia, que está francamente desbocada. En la ONU, en un proceso que recibe el pomposo nombre de Sesión Especial de la Asamblea General de Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (UNGASS, en su acrónimo en inglés), hubo parlamentos, encuentros, intervenciones y actos hasta decir basta. No sólo de funcionari@s y altos representantes, sino también de los miembros de la llamada sociedad civil en sus vertientes comercial y no lucrativa.
¿Alguien cree que el mundo se ha conmovido por ello? ¿Que semanas después de tal gasto en desplazamientos, alojamientos y logística algún resorte se ha puesto en marcha, que alguien con poder va a utilizar éste de la manera correcta o que vamos a ser coherentes con nuestros discursos? No lo parece.
Mientras todavía resuenan las bombas sobre Beirut y los misiles sobre Haifa, la guerra inmisericorde entre humanos merece más atención, recursos y uso del poder que los esfuerzos por enfrentarse a un virus, el del VIH, que al fin y al cabo lo único que pretende es sobrevivir en nuestros cuerpos, aunque para ello no tenga más remedio que perjudicarle. Si todo lo que invertimos en intentar liquidarnos l@s un@s a l@s otr@s se desviara a satisfacer necesidades básicas, como las de salud, y a fundamentar y potenciar relaciones más equitativas, habría menos infecciones y más personas salvadas, habría menos destrucción y más vida.
Pero no, en vez de actuar a nuestro propio favor, como especie, como grupo, como colectividad, preferimos fijar la mirada, pasmados, hacia donde nos hacemos daño. No cabe duda que nuestro visitante huiría despavorido al poco, musitando en su propio lenguaje: «Este mundo es muy extraño».
Como ejemplo, el VIH/SIDA. Nuestro visitante podrá saber que este año, durante tres días a caballo entre mayo y junio, l@s representantes de los gobiernos del mundo se reunieron en Naciones Unidas para, una vez más, intentar llegar a un acuerdo sobre qué y cuánto hacer para detener a escala global esta pandemia, que está francamente desbocada. En la ONU, en un proceso que recibe el pomposo nombre de Sesión Especial de la Asamblea General de Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA (UNGASS, en su acrónimo en inglés), hubo parlamentos, encuentros, intervenciones y actos hasta decir basta. No sólo de funcionari@s y altos representantes, sino también de los miembros de la llamada sociedad civil en sus vertientes comercial y no lucrativa.
¿Alguien cree que el mundo se ha conmovido por ello? ¿Que semanas después de tal gasto en desplazamientos, alojamientos y logística algún resorte se ha puesto en marcha, que alguien con poder va a utilizar éste de la manera correcta o que vamos a ser coherentes con nuestros discursos? No lo parece.
Mientras todavía resuenan las bombas sobre Beirut y los misiles sobre Haifa, la guerra inmisericorde entre humanos merece más atención, recursos y uso del poder que los esfuerzos por enfrentarse a un virus, el del VIH, que al fin y al cabo lo único que pretende es sobrevivir en nuestros cuerpos, aunque para ello no tenga más remedio que perjudicarle. Si todo lo que invertimos en intentar liquidarnos l@s un@s a l@s otr@s se desviara a satisfacer necesidades básicas, como las de salud, y a fundamentar y potenciar relaciones más equitativas, habría menos infecciones y más personas salvadas, habría menos destrucción y más vida.
Pero no, en vez de actuar a nuestro propio favor, como especie, como grupo, como colectividad, preferimos fijar la mirada, pasmados, hacia donde nos hacemos daño. No cabe duda que nuestro visitante huiría despavorido al poco, musitando en su propio lenguaje: «Este mundo es muy extraño».
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