SIDA y prisión
Soy Carlos Hernández, coordinador de la Asociación Salhaketa y de la Plataforma Social de Apoyo a las Presas de Nanclares, que cuenta con 96 asociaciones de todo el Estado, siendo la mayoría de ellas vascas; Nanclares es la cárcel de cumplimiento para Gasteiz y Álava.
Para conocer los principales problemas de salud o las carencias que tienen las mujeres en prisión, utilizamos dos fuentes de información. En la cárcel de Nanclares hay un departamento de reclusas dividido en dos módulos. Las condiciones higiénicas son en general nefastas. Los kits higiénicos son insuficientes, no traen bastante lejía porque lo impide el plan de suicidios. No les ponen suficientes compresas para una regla normal, pero sí muchísimos condones.
De lo que más se quejan es que no hay enfermería. Tienen que ir al otro lado de la cárcel, atravesando los espacios de los hombres, para ser visitadas en su enfermería. La enfermería de Nanclares no dispone de material ginecológico ni de obstetricia: un médico trae su material particular para poder atenderlas. En este sentido, quizás sean unas privilegiadas, pero por la buena voluntad del médico.
Están sobremedicadas. Se las trata como histéricas enfermas, y les dan sobredosis de Valium, Tranxilium y Zyprexa. A parte de la metadona, claro. De las dos presas con las que me veo fuera, con una en concreto, cada vez que le han dado la medicación, no puedes hablar. Por sus informes psiquiátricos, no tiene ningún problema mental. Pero evidentemente la medicación que le están dando, que no sabe cuál es y que si no se la toma no le dejan salir de permiso, le afecta a un nivel muy grande. La descoordina del todo.
Por lo que nos han comentado en los módulos de mujeres, la mayoría de éstas, estén o no tomando metadona, tiene algún tipo de tratamiento médico-psiquiátrico. Curioso, porque el psiquiatra no las ve en prisión. Lo prescribe el psicólogo. Hubo un psicólogo en esta cárcel que l@s veía un máximo de 30 minutos a cada un@.
En el modulo de mujeres no hay sección abierta y hay menos mujeres en tercer grado. En el exterior de la prisión hay menos recursos sociales para ellas. Todo ello hace que las mujeres se estén comiendo toda la condena, sobre todo por no haber recursos sociales en el exterior para recibirlas. Y si además tienen algún tipo de trastorno y toman medicación, la situación es mucho más difícil de sobrellevar.
La salud mental está desatendida en el sistema penitenciario. Estadísticamente creo que hay un 8% de l@s pres@s con patologías duales reconocidas, pero tengo la sensación de que es mucho más. Y lo que no hay son recursos para atenderl@s. Con el famoso plan de choque anunciado por la Directora General se suponía que se ampliaría la plantilla de psicólog@s de uno a cuatro. Nos consta que ahora hay tres. Pero tampoco han mejorado mucho las cosas. La cárcel no es el mejor lugar para hacer un tratamiento de este tipo. Y es que ésta es una queja desde hace mucho tiempo.
Nosotr@s trabajamos desde fuera de la prisión. Estamos vetad@s dentro como Asociación Salhaketa, por lo que entramos a título personal. Trabajar desde fuera te permite denunciar lo que
pasa dentro. A veces asociaciones que no pueden denunciar –porque si lo hacen les vetan la entrada– nos lo piden a nosotr@s que lo hagamos. Intentamos coordinarnos. Ell@s nos pasan la información y nosotr@s sacamos el comunicado.
Las organizaciones que intervienen dentro de prisión pueden ser críticas con el sistema penitenciario en un plano abstracto, con un discurso del tipo que hay que mejorar las condiciones... Es el límite de la teórica libertad de expresión light. Lo que no pueden decir es: «Tal preso está en huelga de hambre» o «Las coacciones a un recluso lo están induciendo al suicidio», por ejemplo. La asociación se iría fuera.
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