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  1. Lo+Positivo 32, otoño 2005
  2. En Persona

Desde dentro: Entrevista a José María

SIDA en prisión

Es una tarde fría y desapacible de finales octubre. Llueve. LO+POSITIVO se dispone a visitar a José María en el Centro Penitenciario de A Lama, situado en la localidad del mismo nombre en el interior de la provincia de Pontevedra. Viajamos con un conocido activista gallego desde Santiago de Compostela, lo que significa que para cubrir los casi noventa quilómetros que nos separan nos llevará un buen rato y deberemos pagar una cantidad considerable de dinero en transporte público. Pensamos en las personas que tienen que desplazarse desde diferentes puntos de Galicia (o de España), como estamos haciendo nosotros ahora, para poder visitar a sus familiares en prisión.

Subimos al tren que nos conduce de Santiago a Pontevedra. Previamente hemos tenido que abonar los 8,30 euros que nos cues­ta el trayecto ida y vuelta. Continúa lloviendo. El Centro Penitenciario no se encuentra en el mismo pueblo de A Lama, sino que está bas­tante retirado, Tod@s nos aconsejan que la mejor forma de llegar hasta la prisión es en taxi. Al parecer no hay transporte público hasta el mismo Centro Penitenciario. Así lo hacemos. El precio nos deja fríos, más de lo que ya estamos a causa de la temperatura que ahora mismo hace en la puerta de la prisión: aproximadamente 24 euros por trayecto, es decir, el taxi ida y vuelta nos va a costar casi 50 euros, que si les sumamos los 8,30 euros del billete del tren, visitar a un familiar en esta prisión supone un gasto de unos 60 euros viniendo desde Santiago.

Entramos en el Centro. Comunicamos al funcionario de prisiones que nos atiende que tenemos una cita. Nos pide por favor que le entreguemos la documentación y que dejemos en las taquillas todo lo que llevamos con nosotros, especialmente, el teléfono móvil. Mientras tanto, el funcionario aprovecha para llamar por teléfono y avisar de nuestra llegada.

Antes de entrar en la prisión valoramos la posibilidad de meter a escondidas una grabadora digital y poder registrar la conversación con José María, pero la máquina de rayos X de la entrada por un lado, y el miedo a las represalias hacía nuestro amigo por si nos descubren, por otro, nos hacen desistir del empeño. Finalmente, lo único que entramos es un cuaderno y un bolígrafo para anotar la conversación. 

 

Tras pasar el arco de rayos X, el funcionario que nos atiende nos informa de que el director de la prisión nos está esperando. Nos parece extraño que un director de un centro penitenciario quiera recibir antes a las visitas de l@s intern@s, aunque tenemos la sensa­ción de que no es la práctica habitual. Quizá el hecho de que nos acompañe nuestro amigo gallego, un destacado activista de los dere­chos de las personas presas, pueda haber influido en la decisión del director de querer 'conocernos'. Ignora o por lo menos es lo que nosotros creemos, que somos de LO+POSITIVO.

Caminamos por largos pasillos; en nuestro trayecto hasta el des­pacho del director no logramos ver a nadie. Algún funcionario de pri­sión aburrido en su garita de control, pero nadie más. Entramos en el despacho. Nos saluda cordialmente, sobre todo a nuestro compa­ñero gallego, que viene con frecuencia a éste y a otros centros peni­tenciarios de Galicia a visitar a personas privadas de libertad.

Tras los saludos de rigor, nos invita a sentarnos en el cómodo sofá de su despacho, un espacio amplio, aunque austero. Y a conti­nuación comienza a explicarnos detalles de la vida en prisión de nuestro amigo al que venimos a visitar: nos habla de su incapacidad para seguir los cursos que ofrece el centro, su negativa a citarse con el director, sus problemas de adaptación…

Nos despedimos. Un funcionario nos acompaña hasta el locuto­rio, donde nos espera José María. El locutorio es un espacio bastan­te grande con pequeñas cabinas para poder hablar. Un sólido cristal impide cualquier contacto físico: la conversación se establece por medio de un interfono. Tan sólo hay dos cabinas ocupadas. Nos metemos en una lo suficientemente apartada como para poder man­tener una conversación relajados.

Toda una vida en prisión

José María lleva privado de libertad desde 1982 y obtendrá la coindicional en 2006; durante todo este tiempo sólo ha estado fuera de prisión un año y nueve meses.

Fuera le esperan su mujer y una hija de once años a la que no ve con la frecuencia que a él le gustaría, de hecho no se ven desde hace dos años. El recuerdo de ambas le anima a continuar.

Le diagnosticaron VIH en el año 1997, es portador de los virus de la hepatitis C y B, y padece ataques de epilepsia. Aunque no toma tratamiento para las hepatitis, sí que lo hace para el VIH. Además, está en un programa de mantenimiento con metadona. Hasta la fecha, el tratamiento antirretroviral le ha ido funcionando, pero se muestra esquivo a que lo visite el médico de VIH de su prisión. José María se queja de las instalaciones sanitarias de A Lama; según nos cuenta, tan sólo dispone de un aparato de rayos X.

En A Lama el especialista en VIH atiende a los reclusos dentro del centro penitenciario. No obstante, como consecuencia del gran número de personas que tiene que visitar, la lista de espera sobrepa­sa los tres meses que se requieren para el tratamiento regular del VIH. Aún más tiempo se demora la consulta con el psicólogo del cen­tro. José María solicitó una visita hace un año y todavía no se la han concertado.

No es fácil vivir con VIH dentro de prisión. No es un tema del que se suela hablar, o bien se evita o bien se esconde: hasta que se hace evidente; nos relata como hace quince días encontraron un compa­ñero muerto en su celda. Aunque José María piensa que no es sólo por el VIH, las drogas junto con un estado de salud, tanto físico como psíquico, muy debilitado hacen que muchos compañeros se queden en el camino. No obstante, los años en prisión le permiten analizar la evolución de la infección del VIH en el medio carcelario y considerar que años atrás era un auténtico desastre.

Compañeros de conveniencia

Tantos años en prisión le han hecho recelar de todo su entorno: cree que aunque la gente se ayude en prisión, los amigos no existen, son compañeros de conveniencia. José María se apoya en su herma­no que también cumple condena en A Lama.

José María nos relata la monotonía y el tedio de la vida carcela­ria: se inicia con el desayuno, seguido en su caso de la toma de la metadona, un paseo por el patio, trabajo en los módulos, o activida­des si las hay, comida, a veces la proyección de algún vídeo, recuen­to, cena, recuento y a dormir. Y así día tras día.

Se lamenta del escaso número de plazas en los talleres y de que: «Se dé prioridad a los extranjeros para no marginarlos». Los talleres de idiomas e informática son los más solicitados y se conoce que se conceden en base a si se tienen o no sanciones.

La comida en prisión es otro motivo de queja, no sólo por su escasa calidad, sino porque se ha suprimido el suplemento alimenticio que recibían los presos con VIH. Su pensión de poco más de 200 euros le alcanza para algo de fruta, lecha y yogures en el economato.

El día de mañana

En prisión no se deja de pensar en el momento de la libertad. José María ve el futuro con cierto optimismo. Se ve trabajando en venta ambulante, haciendo mercados: un negocio que le gusta, conoce y podría desarrollar felizmente.

Estar en la calle le permitiría tener una mayor gestión de su pro­pia salud. Incluso se aventura a decir que sus defensas mejoran cada vez que pone un pie en la calle. La última vez que estuvo fuera durante tres meses su defensas subieron de 40 a 300 CD4 y su carga viral pasó de 800.000 copias a niveles indetectables.

La libertad es la mejor medicina.

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