Recibió su diagnóstico en el año 1987, embarazada de su hijo mayor. “Fue un jarro de agua fría. Yo era una chica muy joven, tenía 18 años; era el mes de julio y estaba morena y muy guapa. Me encontraba muy a gusto conmigo misma y estaba contenta con mi embarazo. Y bueno, me hicieron la prueba y dio positivo”.
Laura estaba entonces con el padre de su primer hijo, también seropositivo, quien fue diagnosticado con 19 años y murió a los 22. “Llamé a mi pareja al trabajo y le dije que era seropositiva. Lloramos mucho, nos abrazamos y decidimos seguir adelante y no pensar. En cuanto a mi familia, mi padre sufrió mucho, sobre todo por mi hijo”.
Los hijos de Laura no tienen VIH. Hablamos sobre su experiencia en los diversos embarazos. Durante el primer parto, el personal del hospital no la dejaba ni pasear por el pasillo, se sintió aislada y no muy bien tratada: “Si hubieran podido, me habrían metido en una burbuja. Ahora ya no. Las cosas han ido cambiando; he notado mucha diferencia a lo largo de los diferentes embarazos”.
Empezó a tomar tratamiento antirretroviral a raíz del segundo embarazo, hace 19 años, gracias al cual dio a luz gemelos. Las defensas le disminuyeron mucho y los médicos le aconsejaron iniciar la terapia. “No lo asimilé; lloraba porque no quería tomar el tratamiento. La doctora me decía que no pasaba nada, que muchas personas lo tomaban y se iban a trabajar. Lo que me dieron no me iba bien, así que lo dejé de tomar; sin embargo, seguí encontrándome en muy buen estado”.
Durante su tercer embarazo, le volvieron a dar medicación, pero siguió sin tomarla debido a los efectos secundarios.
Al preguntarle acerca de la reacción de los médicos, explica que le decían que estaba arriesgándose mucho; también recibió comentarios despectivos por parte de algunos de ellos. Su discurso cambia cuando habla de la que hasta hace poco y durante muchos años ha sido su doctora: “Ya no la veo, pero siempre ha sido muy maja. En todas las ocasiones, he podido hablar de todo con ella y me he sentido muy apoyada”. Con su doctor y su enfermera actuales también está muy contenta.
Después de tener a su hija pequeña, sus defensas ya bajaron mucho; a ello se añadió una neumonía de larga duración. Al final, tuvieron que ingresarla. A partir de ese momento, empezó a medicarse: “No quería dejar a mis hijos nunca más por este motivo”.
Laura ha tenido problemas con la adhesión a los diferentes tratamientos debido a los numerosos efectos secundarios que le provocaban. Tras cambiar de fármacos muchas veces, finalmente ha encontrado una combinación que le va bien: “Con las pastillas de ahora no tengo efectos secundarios; con las anteriores me había dado de todo. Era tomarme una pastilla y tener que estar todo el día tumbada, con fiebre, sin oír bien y sin poder estar centrada”. Su actual médico quiere cambiar su tratamiento para intentar que suban sus defensas, pero ella se muestra categórica al respecto: “No quiero volver a cambiar de tratamiento. Yo me tomo mis pastillas y las defensas no pasan de 200 y pico; ya tengo bastante. Prefiero tener esas defensas y estar bien que no que me las quieran poner por las nubes y estar fatal”.
A pesar de todas las malas experiencias con la terapia, Laura reconoce estar agradecida porque sin ésta no hubiera podido sobrevivir. Tiene, no obstante, muy presente el tema de la vacuna: “A ver si me llega. Llevo 25 años con esto; quieras o no, claro que me pesan los años, aunque tengo la esperanza de que salga la vacuna”.
En cuanto a su estado físico, Laura explica que su cuerpo ha cambiado por completo. Sufre lipodistrofia en el estómago: “Me dio mucha rabia que me ocurriera. No puedo ponerme mi ropa; ya no puedo vestirme igual. Te ves diferente por completo”.
Empezamos a hablar más sobre cómo le ha afectado emocionalmente el hecho de vivir con VIH: “Lo que sobre todo me da mucha pena es que no se pueda decir. No se puede contar, me mirarían diferente.
Yo lo he compartido con mi familia y con una amiga que es como de la familia”.
Más allá de este entorno inmediato, Laura indica que evita explicarlo, no porque esté asustada, sino porque considera que su vida es suya y de nadie más. Por otra parte, remarca varias veces que no lo hace tanto por ella como por sus hijos: “Yo quiero mucho a mis hijos y no quisiera nunca que los rechazaran. Eso te para mucho, no explicas nada”.
Reconoce, sin embargo, que el no poder decirlo le hace sentir muy mal. Señala, a modo de ejemplo, cómo a veces tenía que ir a las reuniones del colegio y no se encontraba bien: “Yo quería estar como todas las madres. En ocasiones, estaba mal debido a las medicinas o por lo que fuera, pero yo iba y me sabía mal que lo notaran o algo parecido; entonces, decía que tenía la gripe”.
Toda su familia tiene el tema del VIH muy asimilado y esto para ella es muy importante. Sus hijos lo saben desde muy pequeños, ya que quería que comprendieran por qué a veces no se encontraba bien y tomaba tanta medicación. Además, compartirlo con ellos les ha permitido aprender de primera mano que siempre hay que ir preparados y con cuidado.
Respecto a su marido, hace muchos años que Laura y él están juntos, y han vivido muchas cosas los dos. Él es seronegativo y me explica que, cuando conoció a Laura, no tuvo miedo por el tema del VIH y que, por aquel entonces, las cosas estaban peor, dado que las posibilidades de tratamiento eran mucho menores.
Hasta el momento, Laura nunca ha sentido la necesidad de buscar ayuda externa, su apoyo es la familia. En sus visitas rutinarias al hospital, ha conocido otras personas que no se lo cuentan ni a su madre: “Eso tiene que ser durísimo, me da pena”.
Laura ha pasado por mucho y le ha ayudado canalizar todas sus vivencias escribiendo. Al final de la entrevista, expresa su deseo de poder publicar algún día estos textos para así poder compartir todo lo que ha aprendido y, por qué no, que sirva para ayudar a otras personas que se encuentran en la misma situación.