Recuerdo, como si fuera ayer, los primeros años tras el diagnóstico del VIH. Mi salud entonces no era buena y había vuelto a vivir en casa de mis padres tras una recaída en el consumo de drogas.
La habitación se me hacía extraña y la convivencia con mis padres, tras años de vivir la vida de forma independiente, no siempre era fácil.
Conseguí un ordenador, de los de antes. De aquellos con un incipiente internet que solo mostraba texto en blanco y negro, pero que ofrecía una ventana al mundo de la información sobre el VIH. Solo conocía el buen hacer de la gente del Comité Antisida de Murcia en apoyo de las personas con VIH, pero muy poco acerca de los avances en fármacos, sobre qué sucedía en el ámbito de la investigación o que se estaba haciendo en otras ciudades, comunidades autónomas y países de mi entorno.
Recuerdo esas noches de invierno frente a la pantalla de ese ordenador en blanco y negro, donde la información, enturbiada entre lo científico y lo irreal, se me volcaba sin bondad, humor o color.
Para mí, LO+POSITIVO fue una avalancha de rostros, personas e información en la que podía confiar. La revista me enseñó a ser activista, a conocer mis derechos, y a saber distinguir lo necesario y lo prescindible en el mundo del VIH. Me ayudó a dar la cara, a reivindicar y a ponerme en contacto con otras personas. Me ayudó a reír con ironía (qué buenas esas páginas centrales donde personajes de cómic imposibles desmitificaban ese gran ogro que era el VIH) y a lidiar con esta enfermedad con humor.
LO+POSITIVO llenó mi vida de color y, con ella en la mano, abandoné el mundo en blanco y negro.
Un beso a todo el equipo fantástico que me ha acompañado todos estos años.