Una vacuna preventiva actuaría como una especie de ‘entrenamiento’ previo, de modo que el sistema inmunitario está preparado para responder al patógeno de la vacuna y puede montar una respuesta con la rapidez suficiente como para evitar o controlar la infección. Aunque la investigación sigue en marcha, aún no se dispone de una vacuna de este tipo capaz de proteger del VIH. No obstante, en la lucha contra este virus también se están intentando desarrollar otro tipo de vacunas, que podrían aplicarse en personas que ya han sido infectadas. Serían las llamadas vacunas terapéuticas.
Estas vacunas actuarían estimulando las respuestas inmunitarias frente al VIH para controlar la infección. Actualmente, se cree poco probable que las vacunas terapéuticas consigan eliminar el virus del organismo (es decir, que supongan una cura), pero se espera que permitan que las personas con VIH puedan dejar de tomar la terapia antirretroviral, al menos durante algún tiempo, sin que existan riesgos de aumento de la carga viral, ya que su sistema inmunitario controlaría la replicación viral por sí mismo.
Igual que en el caso de las vacunas preventivas, los esfuerzos realizados hasta ahora no han dado frutos, si bien hay varios ensayos en marcha.
Aunque la terapia antirretroviral de gran actividad (TARGA) ha conseguido que la infección por VIH se haya convertido en un problema crónico en vez de mortal y la esperanza de vida de los pacientes sea muy similar a la de la población general, también presenta algunos problemas, por lo que resulta interesante la búsqueda de estrategias para disminuir el empleo de los antirretrovirales, de ahí el interés en conseguir vacunas terapéuticas.
La infección por VIH implica, hoy por hoy, la toma de un tratamiento de por vida y, si bien los medicamentos son cada vez más tolerables y presentan menos efectos secundarios, sigue presente el riesgo de sufrir toxicidades. Por otro lado, el tener que recibir terapia de por vida supone un duro reto; a muchas personas les resulta complicado mantener la adhesión a su tratamiento, con el problema de aparición de resistencias que eso supone.
Por último, tampoco hay que olvidar que la administración de una terapia diaria tiene un impacto económico importante, especialmente al hacerse más grande el número de pacientes con VIH y aumentar su esperanza de vida. Esto es cierto de modo fundamental en los países en vías de desarrollo que se encuentran en las zonas más afectadas por la epidemia.
Sin duda, la perspectiva de contar con una vacuna terapéutica capaz de resolver de un plumazo los problemas de tomar una terapia antirretroviral de por vida (o al menos durante grandes períodos de tiempo) resulta tentadora, pero es un reto que puede resultar todavía más complejo que el que plantea la vacuna preventiva. De hecho, aunque existen vacunas preventivas eficaces contra numerosas enfermedades, hasta el momento no existe ningún caso de vacuna terapéutica contra ningún patógeno, por lo que se estaría creando un nuevo paradigma en el mundo de las vacunas.
Más aún, las vacunas preventivas disponibles se han conseguido por una vía empírica, es decir —y hablando llanamente—, se sabe que funcionan, pero se desconoce cuáles son los mecanismos exactos por los que lo hacen. En el caso del VIH, estas vías empíricas han resultado ineficaces en el desarrollo de vacunas preventivas, y se hace necesario partir de un conocimiento más exhaustivo del proceso de infección, algo que sería todavía más cierto en el caso de las vacunas terapéuticas.
Por otro lado, un problema añadido sería el caso de los pacientes cuyo sistema inmunitario se encuentra muy debilitado, dado que, probablemente, sería más difícil que pudieran aprovechar las vacunas terapéuticas, debido a que sus menguadas defensas quizá no estarían en condiciones de controlar la replicación viral sin la ayuda de los antirretrovirales.
A pesar de todos los problemas que plantea el desarrollo de una vacuna terapéutica, tanto desde el punto de vista práctico de su desarrollo (para el que es necesario un conocimiento preciso de los mecanismos de infección y de interacción del sistema inmunitario con el virus), como de su uso generalizado (las personas con sistemas inmunitarios deprimidos probablemente tendrían problemas para aprovechar todas sus ventajas) y del escepticismo que muestran algunos científicos sobre su posible desarrollo, las ventajas que podría ofrecer hacen que merezca la pena seguir investigando en este sentido.
En el extremo opuesto se encontrarían los doctores Françoise Barré-Sinoussi y Luc Montagnier —recientemente galardonados con el premio Nobel por el descubrimiento del virus del VIH—, que se han mostrado muy optimistas respecto a la posibilidad de contar con una vacuna terapéutica a muy corto plazo.
Las investigaciones continúan. De hecho, hace poco se ha hecho público un descubrimiento en un estudio en macacos en el que se consiguió que las células musculares de los monos produjeran anticuerpos ampliamente neutralizantes contra el VIS (el virus equivalente al VIH en estos animales). Los hallazgos son, sin duda, muy prometedores, ya que se consiguió que algunos monos no se infectaran pese a las repetidas exposiciones al virus, mientras que los que sí se infectaron fueron capaces de mantenerse en buen estado de salud sin progresar al equivalente a sida, lo que plantea unas importantes repercusiones tanto para el ámbito de las vacunas preventivas como terapéuticas.
Asimismo, el hecho de que se “puenteara” la respuesta habitual de las células del sistema inmunitario para trabajar con las musculares podría significar que es posible (al menos como prueba de concepto) conseguir unas respuestas frente al VIH prolongadas e independientes del grado de deterioro del sistema inmunitario, lo que solventaría algunos de los problemas mencionados en torno a las vacunas terapéuticas. Pese a todo, no hay que olvidar que aún no se ha probado en humanos (y no es la primera vez que una estrategia prometedora en animales fracasa al aplicarla a personas), y que incluso en el caso de que se consigan reproducir en pacientes, el proceso clínico se prolongaría durante varios años.
Con todo, no se puede negar que, tras los fracasos de los últimos años, estos resultados han suscitado mucho optimismo, y algunos consideran que pueden suponer el primer eslabón importante de una cadena de éxitos en la consecución de ambos tipos de vacunas.