Es obvio que el dolor tiene un coste social y económico elevado si no se aplica un tratamiento adecuado, y constituye uno de los motivos de consulta más frecuentes en el ámbito de nuestro sistema de salud, corriendo a cargo de los médicos de atención primaria la aplicación de eventuales soluciones. Por ello se constata que, en este nivel asistencial, dicho dolor es abordado de forma insuficiente. Este aspecto puede ser comprensible para algunos tipos de sufrimiento crónico de complicado tratamiento, pero es menos justificable en la mayoría de los cuadros del mismo, tanto agudo como crónico, para los que, actualmente, existen suficientes evidencias terapéuticas que permiten tratarlos de forma adecuada.
Parto del principio esencial de que un ser humano no ha de sufrir gratuitamente y de que, como bien dejó dicho el escritor Jorge Luis Borges: “Dichosos los que saben que el sufrimiento no es ninguna corona de gloria”. Aquellos pacientes que llevamos años siendo tratados con diversidad de inhibidores y otros fármacos prescritos por nuestro especialista, nos encontramos con los efectos adversos de éstos (alteraciones en el sistema nervioso central: neuralgias, síndrome doloroso regional complejo, radiculopatías, parestesias graves o pérdidas en la densidad ósea, estrés emocional, depresiones, etc.).No es sólo el VIH/sida, sino también el transcurso del tiempo asociado a esta enfermedad lo que nos lleva a envejecer de forma más abrupta y, en algunos casos, con numerosos frentes de batalla que abordar, y que convierten nuestra vida diaria en un vía crucis plagado de envilecidas hazañas que nos permiten afrontar las diversas afecciones asociadas a los medicamentos que hemos estado (y continuamos) tomando.
El dolor es una experiencia humana compleja y de enorme importancia clínica. Hasta hace relativamente poco tiempo, tanto las investigaciones como los adelantos científicos en su diagnóstico y tratamiento no han ido a la par con el resto de lo acontecido en otros campos de la medicina, siendo el dolor un serio problema para cualquier sistema sanitario.
Según el estudio Pain in Europe1, realizado en un total de 16 países europeos y con más de 46.000 pacientes, el dolor crónico es un problema que afecta a una de cada cinco personas.
Quisiera abogar desde estas páginas no sólo por la potenciación de las Unidades para el Tratamiento del Dolor (UTD) en todos los hospitales y clínicas que componen el entramado de nuestro sistema sanitario, sino también por la indispensable formación adecuada de los médicos en el tratamiento del dolor, independientemente de la especialidad que ejerzan y de su ámbito asistencial. Comulgo con la idea de evitar la monopolización del tratamiento del dolor por parte de una sola especialidad; es necesario impulsar la coordinación de los distintos niveles asistenciales y de los recursos disponibles.
No sólo es necesario un diagnóstico correcto, sino una óptima combinación de fármacos analgésicos que logre el alivio adecuado, abordando tanto el dolor neuropático como el nociceptivo2. El uso de opioides y antiinflamatorios no esteroideos (AINE) está muy difundido, pero importantes estudios y las indicaciones de la American Academy of Neurology3 han demostrado otras recomendaciones con respuesta positiva; hasta los recientes estudios ADA y REC, sólo contábamos con los escasos datos de un estudio epidemiológico efectuado en el año 1998 por la Sociedad Española del Dolor (SED).
Como afectados, hemos de exigir ser atendidos correctamente: posologías concretas y medicamentos adecuados para aquellos dolores que nos atañen. Sería deseable que los avances relacionados con el dolor se extiendan con igual sincronía por el territorio nacional, abogando por esa “calidad de vida” que tanto se menciona en las publicaciones especializadas.
Fuente:
Actualidad y avances en el dolor, nº 1, enero / abril 2008. Editorial Glosa. Barcelona.
Notas: