Me llamo Carlos Alberto Biendicho, tengo 54 años y llevo diagnosticado de VIH desde el año 1988. A principios de la década de 1990, entré en contacto con Gais Positius y la Coordinadora Gay y Lesbiana de Cataluña, que fueron quienes me introdujeron en la visibilidad del VIH. En el año 1993, tuve la gran fortuna de caer en manos del doctor Bonaventura Clotet, en el Hospital Germans Trias i Pujol y Can Ruti, y comencé un ensayo clínico con tres fármacos que estaban en fase experimental, antesala de la terapia combinada.
Desde muy pronto, me di cuenta de que era muy importante la visibilidad. Hay que pensar un poco en mi currículum: soy oficial del ejército en la reserva, estudié filosofía y teología de la mano del Opus Dei, llegando a recibir órdenes.
Cuando en 1988 me diagnostican el VIH, para la sociedad yo había sido vago y maleante, un peligro social, y en el ejército, un presunto delincuente, porque hasta 1986 era delito ser homosexual en el mismo. A lo que hay que sumar que la Organización Mundial de la Salud (OMS) nos consideraba enfermos mentales a los homosexuales.
En todo este tiempo, ¿has visto o vivido en carne propia situaciones discriminatorias en el ámbito sanitario?
He visto y vivido numerosas situaciones. Recuerdo, por ejemplo, que tenían que hacerme una colonoscopia en el Hospital Ramón y Cajal, a causa de unas lesiones precancerosas en el colon, y cuando llego y digo que soy VIH+, me dicen: “Tú al final, porque hay que desinfectar de forma especial la sonda”. Monté en cólera y les dije que eran unos ignorantes, porque igualmente puede haber muchas personas infectadas por VIH que no lo manifiestan o no lo saben. Pero también hay otras infecciones, como la hepatitis B ó C, y que son mucho más fáciles de transmitir. Las normas de esterilización son universales. En este país, en el ámbito médico hay excesiva sidafobia.
En el Hospital de León, por ejemplo, vi hace sólo tres años que a los enfermos con VIH les daban de comer de forma distinta, con platos de cartón y cubiertos de plástico. En ese mismo hospital, me he encontrado que las personas con VIH tienen que subir a Microbiología a pedir día y hora para hacerse la analítica. Me dijeron que era porque las cargas virales se estropean. “Mire usted, mentira, lo que único que pasa es que tienen ustedes sidafobia en el laboratorio; el personal que hace las extracciones tiene sidafobia”, les respondí.
¿Y qué decir del Hospital Carlos III de Madrid? Fui yo el que, personalmente, destapé a los medios lo de la guía homófoba que estaban repartiendo en algunas consultas de VIH. Pero la guía es la punta del iceberg de algo muy grave: la influencia del Opus Dei en el Servicio de Enfermedades Infecciosas del Carlos III es enorme. Algunos médicos de esta unidad se comportan como curas antes que como facultativos, lo que roza la ilegalidad, pues usurpan el nombre del Servicio Madrileño de Salud para juzgar a los enfermos desde sus creencias.
En general, ¿a qué crees que se debe que aún hoy exista discriminación?
La discriminación viene de la ignorancia. Hay jefes de servicio y especialistas que, al hablar de contagio, de portadores, etc., son los primeros que están induciendo a error. El VIH se transmite, no se contagia; yo no porto nada, no llevo nada encima. Éste es el primer paso. Si quien está trabajando directamente con personas con VIH no lo corta ahí, entonces se difunde a todos los niveles una idea equivocada.
¿Se ha avanzado en la salvaguarda de los derechos humanos de las personas con VIH en estos 20 años?
Hemos dado tímidos pasos. Somos un poco más visibles, y estamos más protegidos por la legislación, pero, por desgracia, no se aplica. ¿Dónde nace la discriminación? En 1981, cuando se publican los cinco primeros casos de Pneumocystis carinii en cinco homosexuales de tres hospitales de Los Ángeles, y cuando 20 días después aparecen en el New York Times 42 casos de un cáncer raro en homosexuales. ¿Por qué? Porque había odio hacia el colectivo homosexual. A partir de entonces, empieza a construirse el estigma: “Tú eres culpable de haberte infectado”. Mientras sigamos interiorizando este mensaje de culpabilidad y de miedo, y permitamos que nos menosprecien por tener una infección, si les seguimos el juego, los derechos humanos están pisoteados. La mejor forma de trabajar por la plena implementación y respeto a los derechos humanos es hacernos visibles y decir que somos iguales en derechos, exigiéndolos y tomándolos.
Si queremos que a las personas con VIH se nos respete como seres humanos, lo primero que tenemos que hacer es hacernos visibles. No hay que interiorizar esa culpabilidad que pretenden imponernos, porque no somos culpables de nada. Y no debemos permitir que nos menosprecien, ya que no somos inferiores en nada.