He salido de muchos armarios


Pedro Pérez

Foto: Iñaki Azkunaga en LMP42 / Foto: Jaume FabrésMe llamo Iñaki. Vivo en Bermeo, aunque nací aquí cerca, en Guernika, hace 56 años. Sé que soy seropositivo desde 1988, coincidiendo con el abandono de las drogas intravenosas. La noticia del diagnóstico de VIH me llegó viviendo en Barcelona, cuando había terminado el tratamiento con metadona para desengancharme de la heroína. Era un momento lleno de ilusiones y proyectos, y entonces sentí como si me cayera una losa encima, porque en aquel tiempo el diagnóstico de VIH era una losa.

¿Has vivido, en este tiempo, situaciones donde te hayas sentido discriminado por tener VIH?
De los 20 años que llevo viviendo con VIH, dieciséis los pasé en Barcelona. Para mí, existe una gran diferencia entre vivir en una gran ciudad y hacerlo en un pueblo como en que estoy ahora. En los lugares pequeños es duro, se crean grandes bolsas de soledad. Las personas con VIH que viven en pueblos están más necesitadas de apoyo, porque, aunque no se tiren piedras, sí hay un cierto rechazo. Los lacitos del sida están por todos lados, pero la sensación de aislamiento es una realidad. Y eso que Bermeo es uno de los pueblos que ha tenido mayor número de casos de sida por habitante, en buena medida por la negativa de las farmacias a vender, durante muchos años, jeringuillas a los usuarios de drogas.

Era a mediados de la década de 1980, cuando media flota de pescadores estaba enganchada a la heroína, y no me podía creer que ni una sola de las farmacias del pueblo vendiera jeringuillas. La gran mayoría de esa gente murió; rara es la familia que no tiene alguien afectado.

¿Cómo te explicas esta actitud?
Sin duda, era una cuestión moral. En este pueblo había una jeringuilla y se pinchaban todos con la misma, así que imagínate cómo corrió el VIH. Y lo terrible es que no estamos hablando de los años sesenta, sino de los ochenta y muchos, cuando la ignorancia ya no era un pretexto. En este sentido, el retraso con respecto a ciudades como Barcelona o la propia Bilbao era enorme. Incluso ibas a Guernika y te vendían jeringuillas. En este pueblo “el qué dirán” siempre ha pesado mucho.

Nunca he entendido cómo era posible una actitud tan estigmatizadora hacia el VIH, especialmente cuando la mayoría de la gente tenía alguien en su familia que había muerto de sida. Y esta actitud de rechazo es algo que aún hoy se percibe, sólo que antes era un momento muy duro: eran sus propios hijos.

Imagen: Destacado de texto de Iñaki Azkunaga¿Continúa habiendo estigma?
Creo que el estigma hacia el VIH sigue, pero también hacia las personas homosexuales o los yonquis, aunque lleves 20 años sin probar la heroína. Ésta es una de las razones por las que me gustaría irme. En mi vida, he salido de muchos armarios, y no me apetece estar a estas alturas en otro.

Entonces, ¿tienes ganas de cambiar de aires?
Sí, sin duda. Hace seis meses que regresé a Bermeo y ya pienso en volver a una gran ciudad. Me gustaría mudarme a Bilbao, y eso que no tengo una especial presión sobre mi persona. Bermeo es un lugar precioso, y hay gente buena, mala y regular, como en todos los sitios, pero sigue siendo un poco como la Euskadi profunda.

¿Has experimentado problemas relacionados con la confidencialidad?
Yo no he tenido problemas de violación de la confidencialidad, entre otras cosas porque, aunque no voy con una bandera, tampoco me oculto. Sin embargo, es cierto que la salvaguarda de la intimidad en un sitio pequeño es un problema para mucha gente. No es difícil que corra la voz de que alguien es esto o es aquello.