Cómo conseguir la profilaxis post-exposición y no morir en el intento


Vicent

Durante un mes, sufrí las consecuencias de ser seropositivo. Sin serlo. O por lo menos sin saberlo. Me explico.
Imagen: Conseguir profilaxis
El pasado 28 de diciembre, manteniendo una relación sexual con un chico seropositivo, se nos rompió el condón. Mejor dicho, se le rompió a él, que era quien lo llevaba puesto. El susto que nos dimos fue tremendo, pero pasados unos segundos, reaccioné y pensé que lo mejor era llamar al teléfono de Urgencias Sanitarias de la Generalitat Valenciana (900161161) y que me indicaran exactamente lo que tenía que hacer, ya que conocía la existencia de la profilaxis post-exposición (PPE), pero no tenía idea de dónde acudir para obtener mayor eficacia y rapidez. A partir de aquí, todo se vuelve kafkiano. Os cuento.

La chica que me atendió por teléfono, después de explicarle que, teniendo una relación con un seropositivo (mi voz dejaba claro que yo también era un hombre), se nos había roto el preservativo, me aconsejó ir el día siguiente al Centro de Salud y pedir… ¡la pastilla del día después! Cuando le dejo claro que somos dos hombres, la chica empieza a decirme que no le grite y que un condón roto no es ningún problema. Cuando le respondo que no lo sería si no fuera porque practicábamos coito anal, me dice que a ella no le cuente mi vida sexual, que no le importa para nada y que no tiene ni idea de si soy gay o no. En fin, intentando armarme de paciencia en un momento tan delicado, le pido por favor que me pase con un médico que me pueda informar, a lo que se niega, alegando que los doctores están ocupados y no me pueden atender. Cuando le exijo hablar con un médico, me vuelve a decir que no grite y… me cuelga el teléfono. Vuelvo a llamar y se pone otra señorita, a quien le pido que no me cuelgue, le explico lo ocurrido y me vuelve a negar el hablar con personal médico; me dice que, desde allí, lo único que puede hacer es enviar el SAMUR a casa, o bien que me vaya a un hospital. Sobran los comentarios.

Afortunadamente, tengo un amigo médico que trabaja en la Unidad de Enfermedades Infecciosas del Hospital Arnau de Vilanova de Valencia. Le llamé para preguntarle qué hacer, y me envió al hospital después de tranquilizarme e indicarme que él iba a llamar para dejarles claro a los médicos de urgencias la medicación que me tenían que administrar. Cuando llego al hospital, me atienden, pero hay que volver a llamar al médico, ya que el Protocolo de Actuación ante accidentes biológicos como el mío no aparece. El doctor indica que se me administre Kivexa® y Reyataz®, y que acuda el día siguiente a su consulta para empezar las pautas del tratamiento a seguir y el Protocolo de Accidentes. Gracias a la intervención del médico, yo comenzaba un tratamiento antirretroviral antes de las seis primeras horas de la exposición al VIH. No quiero imaginar qué hubiera pasado si el facultativo no hubiese llevado el móvil encima o, simplemente, no me hubiera podido atender una tarde de domingo.

Todas las personas del hospital me trataron de manera excelente, la verdad, tanto el médico como el personal sanitario de Medicina Preventiva, adonde se me derivó, o la gente de Farmacia Hospitalaria. Pero seguía sin tener información detallada y concisa sobre la PPE, los medicamentos, sus efectos secundarios, cómo tomarlos, cuándo, etc. Entonces, pensé que lo sensato era no molestar más de lo necesario al médico y utilizar los recursos existentes en la sanidad pública valenciana. Llamé al Centro de Información y Prevención del Sida (CIPS) de la Comunidad Valenciana para saber sobre la medicación y me dijeron que allí sólo se dedicaban a extracciones de sangre para realizar pruebas de detección del VIH y que no me sabían explicar nada respecto a antirretrovirales, que en todo caso sería en la Unidad de Infecciosos, y que en ese momento no se me podía pasar porque estaban ocupados. El calvario continuó así durante todo el mes. Llamé a una ONG que se dedica a la lucha contra el VIH, con la “mala suerte” de que sólo había un voluntario cogiendo el teléfono, quien reconoció no saber nada, y que las personas que trabajaban en la organización no estaban; que llamara en otro momento.

Y así fueron pasando los días, las horas, los interminables minutos y segundos, con una angustia terrible, que iba aumentando según iba descubriendo la ­realidad sobre la información y el trato en referencia al VIH en la Comunidad Valenciana. La indignación y la vergüenza crecían por momentos. Y la rabia. Sin embargo, tengo que agradecer al Col·lectiu Lambda de Gais i ­Lesbianes del País Valencià el trato que me dieron, tan humano, tan digno, tan amable. Me atendieron en todo lo que pudieron, me tranquilizaron y me acompañaron siempre que les necesité. Un verdadero oasis en medio de un cruel desierto.

Pasado un mes, tal como me había indicado el médico, me llamaron de la Unidad de Medicina Preventiva del hospital para hacerme de nuevo las pruebas serológicas de control. De nuevo, los nervios, la ansiedad, la espera por saber si la medicación había sido eficaz (nadie, en ningún momento y en ninguna parte, me explicó nada sobre la eficacia de la PPE). Al final, todo dio negativo, tanto la prueba del VIH como la del virus de la hepatitis C (VHC), pero al faltar unos días para que se cumpliera exactamente un mes desde el inicio del tratamiento, me quedaba la duda de si tenía que acabarme de tomar todas las pastillas o podía dejarlo todo ya.

Vuelta a empezar con dudas, preguntas sin respuesta, ansiedad… Y entonces llegó el dolor de garganta. Según el prospecto indicativo de Kivexa®, uno de los síntomas ante una posible reacción de hipersensibilidad al fármaco era el dolor de garganta y el malestar general. Tenía las dos cosas, unidas a cansancio, y me asusté. Volví a llamar al CIPS y obtuve otra vez la respuesta anterior de que no tenían idea sobre tratamientos y la reiteración de que sólo extraen sangre, pero esta vez me propusieron llamar a Farmacia del hospital donde me trataban y que preguntara allí, cosa que hice. De nuevo, la farmacéutica del hospital me atendió excelentemente y me tranquilizó. Me dijo que podía ser un síndrome gripal, sin más importancia, como al final resultó ser.

Así que, después de todo un mes de angustia, desesperación, miedo, soledad, desinformación y vergüenza, sólo me queda agradecer al personal médico, sanitario y farmacéutico del Hospital Arnau de Vilanova de Valencia el trato recibido, digno, humano, profesional. A las personas del Col·lectiu Lambda lo mismo y, sobre todo, a las personas que trabajan día a día en el Grupo de Trabajo sobre Tratamientos del VIH (gTt) la atención y la información que me brindaron desde el primer momento en que contacté con ellas. Parafraseando a Dominique Lapierre, he visto que todavía queda mucha gente en el campo de la lucha contra el VIH más grande que el amor.

Gracias a todas esas personas me sentí, dentro del miedo natural ante un accidente, menos solo, más comprendido y atendido y, sobre todo, me sentí persona, cosa que parece no tener en cuenta casi nadie en la Conselleria de Sanitat Valenciana. El Partido Popular, que gobierna en la Comunidad Valenciana, hace la vista gorda a la realidad —todavía sangrante— del VIH, y ofrece un trato sanitario indigno.