Tras los decepcionantes resultados del ensayo STEP parece que el mundo de la vacuna del VIH está viviendo un punto de inflexión, en el que se plantea la posibilidad de regresar a la ciencia básica para poder abordar nuevas estrategias en el diseño de vacunas.
A finales del año pasado, se interrumpió de forma prematura el ensayo STEP, en el que se probaba una vacuna preventiva del VIH basada en un vector del adenovirus 5 (Ad5), elaborada por el laboratorio farmacéutico Merck, Sharp & Dohme (MSD), después de que los primeros resultados mostraran que se produjeron más infecciones en el grupo de personas que recibieron la vacuna que entre las que tomaron un placebo. A pesar de los fracasos previos vividos en este campo, esta vacuna se esperaba con optimismo y se confiaba en que, aunque no fuera capaz de impedir la infección por VIH, al menos sí podría frenar su progresión.
Desafortunadamente, no parece que haya alcanzado ninguno de los dos objetivos, lo que supone un serio revés en la investigación. De hecho, a raíz de la interrupción del ensayo STEP, se paralizó la inscripción en otro ensayo similar –el Phambili–, en el que se iba a probar la misma vacuna en Suráfrica, y se decidió posponer otro más que iba a emplear una vacuna con un vector Ad5 similar –el PAVE 100– hasta que se puedan tener más elementos de juicio sobre este aparente fracaso. Si bien las noticias no son nada alentadoras, al menos ponen de manifiesto el interés existente en la protección de la salud de las personas que participan en este tipo de ensayos.
De todos modos, los expertos no se quedan de brazos cruzados, y están analizando los datos del estudio STEP para ver si pueden descubrir qué falló. Antes de extraer conclusiones prematuras, se decidió valorar qué factores habían podido influir en este resultado inesperado, como enfermedades de los participantes, características de la población de estudio (que podría no ser representativa de la población general), etc. Eran necesarios más análisis para determinar si estos resultados son producto simplemente del azar y, de no ser así, qué implicaciones podían tener.
En la última Conferencia sobre Retrovirus e Infecciones Oportunistas (CROI), celebrada el mes de febrero de este año en Boston (EE UU), se hicieron públicos más datos respecto al estudio suspendido. El grueso de los análisis se centró en los participantes masculinos, ya que todas las infecciones (excepto una) se produjeron en hombres. Se descubrió que hubo dos características que influyeron en el mayor riesgo de infección: no estar circuncidado y tener niveles elevados de inmunidad frente al adenovirus:
Respecto a la menor tasa de infección en mujeres (la única mujer infectada había recibido el placebo y no la vacuna), se achaca a una menor prevalencia del VIH, es decir que, en realidad, esas mujeres tenían menos probabilidades de adquirir el virus de la inmunodeficiencia humana por las propias características de la zona donde vivían (hay que destacar que los ensayos para determinar la eficacia de medidas de prevención del VIH han de realizarse en zonas con altas tasas de infección para que pueda comprobarse la diferencia).
Aunque las primeras reacciones ante los inesperados resultados del ensayo STEP fueron de cautela y se señaló que el fracaso de la vacuna probada no debería hacer pensar que todos los vectores virales van a fracasar también, lo cierto es que las voces críticas ante la situación actual de la investigación en vacunas empiezan a hacerse cada vez más perceptibles.
En la misma CROI se cuestionó que el actual enfoque de la investigación en vacunas fuese capaz de producir resultados positivos a corto plazo; varios expertos han aconsejado que se vuelva a la investigación básica, puesto que existen muchas cosas que todavía se desconocen tanto del VIH como del sistema inmunitario. Indican también la posibilidad de que los repetidos fracasos acaben por provocar que la gente esté menos dispuesta a presentarse voluntaria en los ensayos o que los donantes se muestren más reacios a financiar estas aventuras. Hay algunas opiniones aún más críticas que llegan incluso a dudar de que algún día llegue a contarse con una vacuna para el VIH. En cualquier caso, de ser posible la vacuna, parece que todavía faltan años antes de que se materialice.
No obstante, ni siquiera los más escépticos niegan la importancia de seguir investigando, pues lo que se descubra podría ser útil en otros campos de la lucha frente al VIH y para obtener una mayor comprensión sobre cómo funciona nuestro sistema inmunitario.