Llegué a esta revista buscando precisamente esto: historias reales, ejemplos de vida...
Yo no estoy infectada (nunca me he hecho la prueba), pero existe una persona que sí lo está a la que amo profundamente y no me arrepiento. Nos conocimos cada uno estando en pareja; luego nos separamos de ellas. Yo tengo tres hijos.
No hemos vivido juntos ni hemos llegado a mantener relaciones íntimas, pero sí que hubo besos y caricias, y después de que nos enteramos de que tenía VIH, pese a su oposición, mi decisión fue quedarme a su lado. Yo lo amo y no le di la espalda; lo abracé y le dije que estaría con él hasta el final. Sin embargo, tras un tiempo, decidió terminar con todo.

Mi dolor y desilusión fueron terribles. Sentí rabia y deseos de dejarle solo, pero no puedo. Yo me preguntaba en que le había fallado. Fui la persona que le insistió en que se hiciera la prueba, para estar seguros y comenzar el tratamiento; estuve con él en sus controles, en la toma de sus pastillas —que fue un martirio al inicio—, vigilando qué comía, etc. Pero no quiso seguir con el tratamiento psicológico.
Soy la única persona que sabe de su enfermedad; él tiene miedo de que se entere su familia, dice que le darían la espalda, pero yo me tomé todo lo que decía con calma y aún sigo ahí.
Ahora, al leer todas las experiencias de este sitio, lo he vuelto a llamar. Quiero que salga de ese encierro mental y físico en que se encuentra; quiero mostrarle y que lea que hay personas como él; quiero hacerle entender que puede ser una persona normal, que puede amar, sentir, ilusionarse, ver la vida de colores, con restricciones y cuidados, pero con normalidad. Él mismo se dice que está muerto en vida. Pero yo digo no, no, todavía le queda mucho por vivir.
Gracias por publicar estas historias personales y deseadme suerte para hacerle entender que hay un camino bonito por andar. También quiero sugerirle que escriba su historia.
Saludos y un abrazo muy fuerte a todos.
No hemos vivido juntos ni hemos llegado a mantener relaciones íntimas, pero sí que hubo besos y caricias, y después de que nos enteramos de que tenía VIH, pese a su oposición, mi decisión fue quedarme a su lado. Yo lo amo y no le di la espalda; lo abracé y le dije que estaría con él hasta el final. Sin embargo, tras un tiempo, decidió terminar con todo.

Mi dolor y desilusión fueron terribles. Sentí rabia y deseos de dejarle solo, pero no puedo. Yo me preguntaba en que le había fallado. Fui la persona que le insistió en que se hiciera la prueba, para estar seguros y comenzar el tratamiento; estuve con él en sus controles, en la toma de sus pastillas —que fue un martirio al inicio—, vigilando qué comía, etc. Pero no quiso seguir con el tratamiento psicológico.
Soy la única persona que sabe de su enfermedad; él tiene miedo de que se entere su familia, dice que le darían la espalda, pero yo me tomé todo lo que decía con calma y aún sigo ahí.
Ahora, al leer todas las experiencias de este sitio, lo he vuelto a llamar. Quiero que salga de ese encierro mental y físico en que se encuentra; quiero mostrarle y que lea que hay personas como él; quiero hacerle entender que puede ser una persona normal, que puede amar, sentir, ilusionarse, ver la vida de colores, con restricciones y cuidados, pero con normalidad. Él mismo se dice que está muerto en vida. Pero yo digo no, no, todavía le queda mucho por vivir.
Gracias por publicar estas historias personales y deseadme suerte para hacerle entender que hay un camino bonito por andar. También quiero sugerirle que escriba su historia.
Saludos y un abrazo muy fuerte a todos.
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