José Alberto tenía 30 años y trabajaba como auxiliar administrativo en una clínica de su país, Venezuela. Atendía a los clientes detrás de una ventanilla.
Hasta el día en que vio a sus compañeros con cara de espanto y su jefe le dijo que estaba despedido pero que no podía explicarle el motivo. José Alberto decidió dirigirse directamente al despacho de la directora de la clínica. No se conocían, pero ella fue tajante: “¿Así que eres tú el sidoso?”. Las palabras todavía retumban en su cabeza. El mismo día que se quedaba sin trabajo le comunicaban, de la peor manera posible, el positivo de las pruebas de sangre que le habían hecho unos días antes.
Han pasado 15 años, pero aún recuerda lo mal que lo pasó. Vivía lejos de Caracas, y en su ciudad había pocos sitios donde obtener buena información. Pasó unos meses de pruebas, contrapruebas y orientaciones contradictorias. Empezó a trabajar como profesor, pero los efectos de la enfermedad eran cada vez más evidentes. Él tenía que sufrirlos en silencio, con el miedo de ser despedido. “Era una época en Venezuela en que ya se veía extraño que un hombre fuera maestro. ¡Imagina si alguien hubiera sabido que yo tenía VIH! Todavía se pensaba que el virus se adquiría sólo con estar cerca de una persona afectada”, recuerda.
Pasó una época en que ni quiso tomar antirretrovirales y se fue debilitando. Vino a España en 2001, cuando ya le daban por muerto. Tenía las defensas muy bajas, le habían operado y la herida no cicatrizaba, perdía peso y movilidad… Era su última posibilidad. “Estaba raquítico y no podía ni pagarme la medicación”, explica. Pero empezó a recuperarse. Ahora, vive en un Centro de Acogida de Cáritas en Tenerife y cuenta con el apoyo de UNAPRO, la Unión para la Ayuda y Protección de los Afectados por el Sida de Tenerife.
“Estoy mejor y he conseguido el certificado de discapacitado. No ha sido hasta al cabo de unos años que me he dado cuenta de que hubiera podido denunciar a la empresa por el despido. Pero la verdad, ¿qué puedes esperar de un lugar donde hay que esconder que tienes novio? Siempre tenía que mentir y decir que era mi primo. Además, en Venezuela no hay buena asistencia médica y diría que las pensiones son sólo para la gente mayor. Sin seguro privado, te fastidias”.
En la actualidad, busca un trabajo. “Hace tres años que voy enviando currículums. Tengo estudios universitarios pero no están convalidados, y no puedo ir a buscar la titulación. Acumulo muchas deudas y mi situación económica me agobia. Por suerte, Cáritas me ha dado este techo. No me escondo de lo que soy, pero me encuentro que en muchos trabajos insisten en saber la razón de mi discapacidad. Si ofrecen trabajos para discapacitados, ¿por qué tantas preguntas? Además, siempre nos tocan los trabajos más duros”.

El caso de José Alberto es real. Tan real como el de muchas otras personas que sufren y han sufrido discriminaciones por ser portadoras del VIH. En España, el Observatorio de Derechos Humanos y VIH/Sida de RED2002 espera atender este año unos 170 casos de discriminación, y una tercera parte estarán relacionados con el mundo laboral. “Es el principal ámbito donde se producen discriminaciones por el VIH”, confirma su coordinador Joan Bertran de Bes.
Destacan las dudas respecto a la confidencialidad. “Hay casos de superiores que conocen información que no deberían saber porque forman parte de la intimidad de la persona. Se producen muchas situaciones de mobbing extremadamente difíciles de probar. Si te dejan de llamar para que vayas a trabajar, si no te renuevan, ¿cómo puedes probar que sea porque hayan descubierto que eres seropositivo? Más allá de la coincidencia temporal, puede no haber más pruebas. Los afectados deciden a menudo evitar la vía judicial por el riesgo de perder”.
Este Observatorio, creado en 2003, recibe consultas procedentes de la mayoría de comunidades autónomas y emite un informe anual con sus conclusiones. Alertan de que los avances en el entorno laboral son discretos. “En los aspectos médicos hay una evolución clara, pero el estigma en el mundo del trabajo sigue ahí. La gente continúa muy anclada a sus creencias, y esto es más difícil que convencer a alguien para que cambie de actitud”. Aunque también registran buenas prácticas. “Como el de alguna empresa que ha expedientado a trabajadores que querían perjudicar a un compañero utilizando este tipo de información. No es una travesía en el desierto, como podría parecer”.
“Los jueces tienen los mismos prejuicios que la gente de la calle”, advierte Montse Mirabet, abogada del Observatorio. “Estas discriminaciones son difíciles de probar y, además, muchas veces no contamos con el apoyo de los compañeros de trabajo. Se ha insistido poco en divulgar qué implicaciones tiene el VIH en el mundo laboral. Aún existen empresas que intentar hacer la prueba sanguínea a sus trabajadores. La ley de prevención laboral dice que este examen tiene que hacerse según el trabajo que se realiza. Así que, en la mayoría de casos, no hace falta; la prueba sólo debería realizarse bajo el consentimiento de la persona. Pero el trabajador tiene miedo porque sabe que es vulnerable y, en momentos de crisis, esto se agrava. Incluso hay menos personas que quieran demandar su situación por lo que conlleva”.
Uno de los momentos en que la discriminación es más evidente suele ser durante la búsqueda de trabajo. La mayoría decide esconder su estado serológico. “El VIH ya no es motivo de discapacidad, debe haber más enfermedades”, recuerda Mirabet. “Pero si a alguien le reconocen algún grado de discapacidad, le entregan dos papeles: el que indica el grado y el que dice la enfermedad. Sólo hace falta enseñar el primero, no te pueden exigir el otro”.
El VIH no puede ser motivo de rechazo. “El problema está en que, en nuestro país, si a alguien le niegan un puesto de trabajo por esta razón… no se puede denunciar. Nuestra legislación no reconoce el derecho a reclamar si aún no se ha iniciado una relación laboral. Aunque exista una discriminación. Y no es lo único preocupante: con VIH no se puede acceder a la convocatoria de plazas de policía, bombero o funcionario de prisiones”. Mirabet considera que esta exclusión debería terminar, y cita como argumento las recomendaciones de este año de la OIT, la Organización Internacional del Trabajo.
“Tener VIH sigue siendo un agravante para encontrar trabajo”, confirma Marta Albiol, gerente de CESIDA, la Coordinadora Estatal de VIH-Sida. “Pero, por suerte, vemos a personas cada vez más formadas, con una experiencia laboral previa. La prioridad es que la gente tenga esperanza y que no se autoexcluya”.
Desde CESIDA, han puesto en marcha el programa Clínica Legal para ofrecer asistencia y asesoramiento jurídico para personas con VIH. Cuatro de cada 10 consultas a este servicio se refieren a posibles vulneraciones de la Ley de Protección de Datos. Además, editaron una Guía de capacitación legal, en la que se explican distintas vías de impugnación ante las administraciones.
“El problema está en uno mismo. Hay mucha gente con miedo a decirlo, a tomar la medicación fuera de casa o a tener que ir al aseo más de la cuenta. De que le obliguen a hacerse un análisis de sangre y sea descubierto…”, afirma Roberto, de 42 años y natural de Palencia, que prefiere continuar en el anonimato. “Tengo un amigo que dice que le gustaría encontrar a un empresario seropositivo, pero tampoco podemos ir esperando esto”.
Hay muchas personas que aún no han podido beneficiarse plenamente de los avances que ha supuesto una mejor medicación. “A mí me diagnosticaron hace más de 20 años. Entonces era una sentencia muy drástica: me dijeron que me quedaban pocos meses de vida. Me metieron miedo en el cuerpo, me reconocieron la minusvalía y me encontré sin ninguna gana de trabajar. Ahora, con la medicación, se puede llevar una vida normal. Pero claro, para algunas cosas ya es demasiado tarde. Si en aquel momento me hubieran dicho que era recuperable, me hubiera formado o habría estudiado para poder trabajar algún día… Pero no lo hice”.
Hoy, tiene miedo de echar a perder la pensión. “Con la crisis, se la han quitado a mucha gente”, asegura. “Y eso es peligroso, porque uno puede encontrarse bien durante un tiempo… pero luego que le venga una bajada”.
Las asociaciones trabajan justamente para mejorar esta situación. La Asociación Ciudadana Cántabra Antisida, ACCAS, impulsa el Centro Experimental Dínamo, un taller de reciclaje de papel y encuadernación situado en Muriedas, cerca de Santander, que emplea a dos personas y que, a su vez, sirve de paso previo al mundo laboral.
Por la mañana, el taller de papel está en marcha, y por la tarde, unas 30 personas al año aprenden lo más importante para después poder encontrar trabajo: cómo redactar un currículum, cómo afrontar una entrevista de trabajo, cultura general, lengua… “Lo que haga falta para reinsertarlos al mundo laboral. Nos adaptamos a cada uno. Atendemos a todo tipo de personas con riesgo de exclusión”, explica Natividad Arriola, monitora de Dínamo.
Natividad empezó como usuaria en 2001 y lleva seis años como trabajadora. “Es difícil encontrar trabajo con VIH y no debería ser así. Si hay una persona que trabaja en una oficina y con una práctica de riesgo se infecta, ¿dejará de ser menos eficiente? Hemos de luchar para conseguir los mismos derechos, no nos podemos marginar. Tener VIH debería significar lo mismo que ser diabético. ¡Basta ya de que nos pongan etiquetas!”.
“Hay que luchar contra unos fantasmas que aún están allí”, apunta Ramón Espacio, de CALCSICOVA, la Coordinadora de Asociaciones de Lucha contra el Sida de la Comunidad Valenciana. Ellos decidieron trabajar con los sindicatos, porque vieron que “hasta el momento” abordaban ese tipo de discriminaciones de un modo “tangencial”.
Ya van tres años en esta dirección. Su objetivo es sensibilizar y formar a delegados sindicales y a expertos que realizan la formación en riesgos laborales. “Les queremos dotar de herramientas. Que quede claro que no es una enfermedad de transmisión laboral. Sabemos que perseguimos un objetivo a largo plazo, pero incluso con eso vamos más lentos de lo que nos gustaría por falta de recursos”, reconoce Espacio.
“Un pilar importante es la formación, por ello, también estamos formando a personas con VIH, así se expande el mensaje”, añade Claudia Figna, también de CALCSICOVA. De momento, ya han notado algunos avances claros. El más reciente: conseguir que personas con VIH puedan trabajar también como manipuladoras de alimentos. “Vamos quitando algún ladrillo más de este muro que existe y está allí. Hasta el día que lo derribemos”, concluyen.
Han pasado 15 años, pero aún recuerda lo mal que lo pasó. Vivía lejos de Caracas, y en su ciudad había pocos sitios donde obtener buena información. Pasó unos meses de pruebas, contrapruebas y orientaciones contradictorias. Empezó a trabajar como profesor, pero los efectos de la enfermedad eran cada vez más evidentes. Él tenía que sufrirlos en silencio, con el miedo de ser despedido. “Era una época en Venezuela en que ya se veía extraño que un hombre fuera maestro. ¡Imagina si alguien hubiera sabido que yo tenía VIH! Todavía se pensaba que el virus se adquiría sólo con estar cerca de una persona afectada”, recuerda.
Pasó una época en que ni quiso tomar antirretrovirales y se fue debilitando. Vino a España en 2001, cuando ya le daban por muerto. Tenía las defensas muy bajas, le habían operado y la herida no cicatrizaba, perdía peso y movilidad… Era su última posibilidad. “Estaba raquítico y no podía ni pagarme la medicación”, explica. Pero empezó a recuperarse. Ahora, vive en un Centro de Acogida de Cáritas en Tenerife y cuenta con el apoyo de UNAPRO, la Unión para la Ayuda y Protección de los Afectados por el Sida de Tenerife.
“Estoy mejor y he conseguido el certificado de discapacitado. No ha sido hasta al cabo de unos años que me he dado cuenta de que hubiera podido denunciar a la empresa por el despido. Pero la verdad, ¿qué puedes esperar de un lugar donde hay que esconder que tienes novio? Siempre tenía que mentir y decir que era mi primo. Además, en Venezuela no hay buena asistencia médica y diría que las pensiones son sólo para la gente mayor. Sin seguro privado, te fastidias”.
En la actualidad, busca un trabajo. “Hace tres años que voy enviando currículums. Tengo estudios universitarios pero no están convalidados, y no puedo ir a buscar la titulación. Acumulo muchas deudas y mi situación económica me agobia. Por suerte, Cáritas me ha dado este techo. No me escondo de lo que soy, pero me encuentro que en muchos trabajos insisten en saber la razón de mi discapacidad. Si ofrecen trabajos para discapacitados, ¿por qué tantas preguntas? Además, siempre nos tocan los trabajos más duros”.
Difícil de denunciar

El caso de José Alberto es real. Tan real como el de muchas otras personas que sufren y han sufrido discriminaciones por ser portadoras del VIH. En España, el Observatorio de Derechos Humanos y VIH/Sida de RED2002 espera atender este año unos 170 casos de discriminación, y una tercera parte estarán relacionados con el mundo laboral. “Es el principal ámbito donde se producen discriminaciones por el VIH”, confirma su coordinador Joan Bertran de Bes.
Destacan las dudas respecto a la confidencialidad. “Hay casos de superiores que conocen información que no deberían saber porque forman parte de la intimidad de la persona. Se producen muchas situaciones de mobbing extremadamente difíciles de probar. Si te dejan de llamar para que vayas a trabajar, si no te renuevan, ¿cómo puedes probar que sea porque hayan descubierto que eres seropositivo? Más allá de la coincidencia temporal, puede no haber más pruebas. Los afectados deciden a menudo evitar la vía judicial por el riesgo de perder”.
Este Observatorio, creado en 2003, recibe consultas procedentes de la mayoría de comunidades autónomas y emite un informe anual con sus conclusiones. Alertan de que los avances en el entorno laboral son discretos. “En los aspectos médicos hay una evolución clara, pero el estigma en el mundo del trabajo sigue ahí. La gente continúa muy anclada a sus creencias, y esto es más difícil que convencer a alguien para que cambie de actitud”. Aunque también registran buenas prácticas. “Como el de alguna empresa que ha expedientado a trabajadores que querían perjudicar a un compañero utilizando este tipo de información. No es una travesía en el desierto, como podría parecer”.
Prejuicios en los juzgados
“Los jueces tienen los mismos prejuicios que la gente de la calle”, advierte Montse Mirabet, abogada del Observatorio. “Estas discriminaciones son difíciles de probar y, además, muchas veces no contamos con el apoyo de los compañeros de trabajo. Se ha insistido poco en divulgar qué implicaciones tiene el VIH en el mundo laboral. Aún existen empresas que intentar hacer la prueba sanguínea a sus trabajadores. La ley de prevención laboral dice que este examen tiene que hacerse según el trabajo que se realiza. Así que, en la mayoría de casos, no hace falta; la prueba sólo debería realizarse bajo el consentimiento de la persona. Pero el trabajador tiene miedo porque sabe que es vulnerable y, en momentos de crisis, esto se agrava. Incluso hay menos personas que quieran demandar su situación por lo que conlleva”.
El momento de pedir trabajo
Uno de los momentos en que la discriminación es más evidente suele ser durante la búsqueda de trabajo. La mayoría decide esconder su estado serológico. “El VIH ya no es motivo de discapacidad, debe haber más enfermedades”, recuerda Mirabet. “Pero si a alguien le reconocen algún grado de discapacidad, le entregan dos papeles: el que indica el grado y el que dice la enfermedad. Sólo hace falta enseñar el primero, no te pueden exigir el otro”.
El VIH no puede ser motivo de rechazo. “El problema está en que, en nuestro país, si a alguien le niegan un puesto de trabajo por esta razón… no se puede denunciar. Nuestra legislación no reconoce el derecho a reclamar si aún no se ha iniciado una relación laboral. Aunque exista una discriminación. Y no es lo único preocupante: con VIH no se puede acceder a la convocatoria de plazas de policía, bombero o funcionario de prisiones”. Mirabet considera que esta exclusión debería terminar, y cita como argumento las recomendaciones de este año de la OIT, la Organización Internacional del Trabajo.

Desde CESIDA, han puesto en marcha el programa Clínica Legal para ofrecer asistencia y asesoramiento jurídico para personas con VIH. Cuatro de cada 10 consultas a este servicio se refieren a posibles vulneraciones de la Ley de Protección de Datos. Además, editaron una Guía de capacitación legal, en la que se explican distintas vías de impugnación ante las administraciones.
Lucha contra la angustia
“El problema está en uno mismo. Hay mucha gente con miedo a decirlo, a tomar la medicación fuera de casa o a tener que ir al aseo más de la cuenta. De que le obliguen a hacerse un análisis de sangre y sea descubierto…”, afirma Roberto, de 42 años y natural de Palencia, que prefiere continuar en el anonimato. “Tengo un amigo que dice que le gustaría encontrar a un empresario seropositivo, pero tampoco podemos ir esperando esto”.
Hay muchas personas que aún no han podido beneficiarse plenamente de los avances que ha supuesto una mejor medicación. “A mí me diagnosticaron hace más de 20 años. Entonces era una sentencia muy drástica: me dijeron que me quedaban pocos meses de vida. Me metieron miedo en el cuerpo, me reconocieron la minusvalía y me encontré sin ninguna gana de trabajar. Ahora, con la medicación, se puede llevar una vida normal. Pero claro, para algunas cosas ya es demasiado tarde. Si en aquel momento me hubieran dicho que era recuperable, me hubiera formado o habría estudiado para poder trabajar algún día… Pero no lo hice”.
Hoy, tiene miedo de echar a perder la pensión. “Con la crisis, se la han quitado a mucha gente”, asegura. “Y eso es peligroso, porque uno puede encontrarse bien durante un tiempo… pero luego que le venga una bajada”.
Avanzando poco a poco
Las asociaciones trabajan justamente para mejorar esta situación. La Asociación Ciudadana Cántabra Antisida, ACCAS, impulsa el Centro Experimental Dínamo, un taller de reciclaje de papel y encuadernación situado en Muriedas, cerca de Santander, que emplea a dos personas y que, a su vez, sirve de paso previo al mundo laboral.
Por la mañana, el taller de papel está en marcha, y por la tarde, unas 30 personas al año aprenden lo más importante para después poder encontrar trabajo: cómo redactar un currículum, cómo afrontar una entrevista de trabajo, cultura general, lengua… “Lo que haga falta para reinsertarlos al mundo laboral. Nos adaptamos a cada uno. Atendemos a todo tipo de personas con riesgo de exclusión”, explica Natividad Arriola, monitora de Dínamo.
Natividad empezó como usuaria en 2001 y lleva seis años como trabajadora. “Es difícil encontrar trabajo con VIH y no debería ser así. Si hay una persona que trabaja en una oficina y con una práctica de riesgo se infecta, ¿dejará de ser menos eficiente? Hemos de luchar para conseguir los mismos derechos, no nos podemos marginar. Tener VIH debería significar lo mismo que ser diabético. ¡Basta ya de que nos pongan etiquetas!”.
“Hay que luchar contra unos fantasmas que aún están allí”, apunta Ramón Espacio, de CALCSICOVA, la Coordinadora de Asociaciones de Lucha contra el Sida de la Comunidad Valenciana. Ellos decidieron trabajar con los sindicatos, porque vieron que “hasta el momento” abordaban ese tipo de discriminaciones de un modo “tangencial”.
Ya van tres años en esta dirección. Su objetivo es sensibilizar y formar a delegados sindicales y a expertos que realizan la formación en riesgos laborales. “Les queremos dotar de herramientas. Que quede claro que no es una enfermedad de transmisión laboral. Sabemos que perseguimos un objetivo a largo plazo, pero incluso con eso vamos más lentos de lo que nos gustaría por falta de recursos”, reconoce Espacio.
“Un pilar importante es la formación, por ello, también estamos formando a personas con VIH, así se expande el mensaje”, añade Claudia Figna, también de CALCSICOVA. De momento, ya han notado algunos avances claros. El más reciente: conseguir que personas con VIH puedan trabajar también como manipuladoras de alimentos. “Vamos quitando algún ladrillo más de este muro que existe y está allí. Hasta el día que lo derribemos”, concluyen.
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