No sin cierto revuelo, se han presentado en Viena los primeros resultados positivos de un estudio que evaluó la eficacia de tenofovir (Viread®) como microbicida. Por fin, una buena noticia en un campo que mantuvo siempre su carácter prometedor, pero que se resistía a darnos una alegría, aunque fuera tan escasa como la que representa un controvertido 39% de protección.

Pero incluso con un resultado tan claro y definitivo, estaríamos cediendo a una esperanza ilusoria si creemos que eso solucionaría el problema del VIH o, en su caso, el de las mujeres. Porque la enorme experiencia que hemos acumulado a través del trabajo realizado para detener la epidemia nos muestra con claridad que la vertiente médica del VIH es una parte, importante, sí, pero sólo una parte del reto que la pandemia ha puesto ante nuestros ojos. Buscar ‘la solución’ al VIH únicamente en el avance médico nos aleja de la verdadera solución.
Como defensa de la investigación en microbicidas aún se siguen escuchando argumentos como: ‘Es un método de prevención que las mujeres pueden utilizar sin tener que negociar con sus parejas masculinas’ o ‘Da poder a las mujeres para protegerse ante la infección’. Estos argumentos no hacen sino distraer de la verdadera raíz del problema, no consiguen más que reducir las vidas de las mujeres a la posesión de una herramienta de prevención para hacerlas dueñas de sus vidas, de su salud. Todo eso cuando la evidencia nos muestra claramente que, con toda la alegría que supone disponer de una herramienta preventiva más, un microbicida no elimina de raíz las desigualdades sociales, económicas y culturales, que son la verdadera trampa para la transmisión del VIH. Allí donde hay desigualdad y desempoderamiento, se dan las condiciones necesarias para la transmisión del virus. Allí donde abunda el abuso de poder, se promueve el caldo de cultivo del VIH.
Un 39% de eficacia es una buena promesa de futuro si se logra esa misma eficacia en la erradicación de los entornos que han sido identificados a lo largo de años de trabajo como desencadenantes o potenciadores de la pandemia. Incluso en el caso de que se llegase a encontrar una vacuna contra el VIH, todavía sería necesario avanzar en el reconocimiento y estimulación de las capacidades individuales y comunitarias que permiten a las personas protegerse de manera adecuada para mantener su salud. Aún sería preciso situar el derecho a la salud por delante de la ‘lucha’ contra la enfermedad.

La lucha por los derechos
El lema de la XVIII Conferencia Internacional del Sida nos invita a reclamar que los derechos humanos no se queden en el papel en el que estén escritos, sino que estén vivos en nuestra sociedad como parte integral de nuestra humanidad. Al reclamar esos derechos, se nos hace presente un primer paso importante, que sería entender qué son, de dónde proceden y qué implicaciones tienen. Es importante penetrar en su espíritu para poder comprender no sólo qué nos aportan, sino también qué nos exigen.
Porque trabajar en el marco de derechos humanos es un camino de doble sentido, y cuando nos ponemos en marcha para recorrer ese camino, no debemos olvidar que el sentido contrario, el que nos implica en el ejercicio de nuestra propia responsabilidad, igualmente se hace presente para que el respeto de los derechos de todas y todos sea una realidad.
Si entendemos que los derechos humanos son las condiciones básicas con las que nacemos, inherentes a nuestra propia vida para que podamos desarrollarnos como personas, si admitimos que proceden de nuestra condición de seres humanos, entonces también tenemos que reconocer que no es lógico ‘luchar’ por nuestros derechos, pues son nuestros desde el nacimiento. Y este reconocimiento debe encaminarnos hacia una manera de trabajar que no ponga en duda esta realidad: nadie puede darnos algo que no es posible dar, algo que no es posible ‘poseer’. Los derechos humanos hay que disfrutarlos, pues son parte de nuestra esencia.
Esta necesidad de ‘poseer’ y de ‘reclamar’ los derechos quizá radica en la ausencia de reconocimiento de esa realidad en nuestras leyes y también en nuestra vida cotidiana. Pero resulta peligroso trabajar en la creencia de que la conquista de los derechos se encuentra ahí fuera y que alguien tiene que concedernos eso. Los derechos se respetan o se ignoran, se atropellan, se pisotean, pero nadie puede darlos o quitarlos. Son parte intrínseca de nuestra vida.
El respeto de los derechos humanos
Cuando imagino un mundo en el que los derechos humanos sean respetados, lo veo poblado de personas con sentido de la responsabilidad y del compromiso. Al trabajar dentro del marco de los derechos, solemos centrar nuestra atención en el camino de ida de los derechos, es decir, en lo que nos corresponde ‘recibir’, pero igualmente importante es trabajar un aspecto que muchas veces se nos cuela de forma sutil entre la rebeldía que provoca la injusticia de ver nuestros derechos ignorados.
No debemos perder de vista que el marco de los derechos humanos no es un mecanismo pasivo, sino que es un sistema de fuerzas en el que también tenemos que aportar nuestro compromiso y asumir nuestra responsabilidad. Derechos y compromiso son dos caras de la misma moneda que no se pueden separar. Cuando se separan, es cuando se producen los desequilibrios que conducen al abuso.
Reconocimiento de y respeto a los derechos de las mujeres aquí y ahora.
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