en persona. En 2008, en el número 39 de LO+POSITIVO, Lola nos relataba los intentos por quedarse embarazada. A pesar de que entonces no lo consiguió, ella y su marido (ambos viven con VIH) no perdían la esperanza de ver pronto colmado su deseo. Y éste no tardó en llegar: en agosto de este año nació el bebé, sano y sin VIH. ¡Enhorabuena!
Hace un tiempo, quise compartir con todas y todos vosotros nuestro proyecto de ser padres, y hoy lo que quiero comunicaros es que ya lo conseguimos. La verdad es que ha sido un trayecto duro, bonito pero muy duro, pues en el camino no han faltado complicaciones.

Logramos el embarazo de forma natural, cuando ya habíamos desistido de los tratamientos de estimulación ovárica. Con todo, no perdimos ni un ápice de esperanza.
Pasé los tres primeros meses del embarazo sin moverme de casa: tuve un poco de desgarro y, cada vez que hacía algún esfuerzo, por pequeño que fuera, manchaba. Los dos siguientes, tuve placenta previa y mayor riesgo de aborto espontáneo, por lo que la recomendación fue que me cuidara mucho, y así lo hice. Estuve todo el embarazo vomitando, pero no me importaba, pues eso indicaba que todo iba bien. Y por último, tuve ciática; pese a todo, os puedo decir que ha sido una de las épocas más felices de mi vida.
Todas estas complicaciones estaban relacionadas con el embarazo y no tuvieron nada que ver con el VIH, que estuvo siempre totalmente controlado; es más, ¡incluso me subieron las defensas!
Iba todo tan bien que me aconsejaron el parto por vía vaginal —pues en ningún momento se me detectó la carga viral en sangre— y zidovudina (AZT) por vía parenteral cinco horas antes del parto. Los médicos creían que, al ser primeriza, no iba a ser muy rápido. Reconozco que eso me generaba un poco de angustia, porque… ¡cómo iba a saber yo cuándo tenía que ir al hospital!
Justo el día que salí de cuentas, el 17 de agosto, nació nuestro hijo. Al final, fue mediante cesárea. No dilataba, incluso después de administrarme oxitocina —la hormona que provoca las contracciones— y, además, se había roto la bolsa de líquido amniótico. De manera que, cuando llevaba las horas recomendadas con AZT, me propusieron (en ningún momento impusieron) hacerme una cesárea.
Mi bebé pesó 3.290 gramos. En los tests que les hacen a todos los recién nacidos obtuvo la máxima puntuación (10) y dio negativo en la prueba de la carga viral, así como también en las siguientes que le realizaron. A día de hoy, ya nos han confirmado que nuestro hijo es seronegativo.
Es un niño precioso y muy alegre, y nosotros somos los padres más felices del mundo. No podía dejar de compartirlo con todas y todos vosotros.

Logramos el embarazo de forma natural, cuando ya habíamos desistido de los tratamientos de estimulación ovárica. Con todo, no perdimos ni un ápice de esperanza.
Pasé los tres primeros meses del embarazo sin moverme de casa: tuve un poco de desgarro y, cada vez que hacía algún esfuerzo, por pequeño que fuera, manchaba. Los dos siguientes, tuve placenta previa y mayor riesgo de aborto espontáneo, por lo que la recomendación fue que me cuidara mucho, y así lo hice. Estuve todo el embarazo vomitando, pero no me importaba, pues eso indicaba que todo iba bien. Y por último, tuve ciática; pese a todo, os puedo decir que ha sido una de las épocas más felices de mi vida.
Todas estas complicaciones estaban relacionadas con el embarazo y no tuvieron nada que ver con el VIH, que estuvo siempre totalmente controlado; es más, ¡incluso me subieron las defensas!
Iba todo tan bien que me aconsejaron el parto por vía vaginal —pues en ningún momento se me detectó la carga viral en sangre— y zidovudina (AZT) por vía parenteral cinco horas antes del parto. Los médicos creían que, al ser primeriza, no iba a ser muy rápido. Reconozco que eso me generaba un poco de angustia, porque… ¡cómo iba a saber yo cuándo tenía que ir al hospital!
Justo el día que salí de cuentas, el 17 de agosto, nació nuestro hijo. Al final, fue mediante cesárea. No dilataba, incluso después de administrarme oxitocina —la hormona que provoca las contracciones— y, además, se había roto la bolsa de líquido amniótico. De manera que, cuando llevaba las horas recomendadas con AZT, me propusieron (en ningún momento impusieron) hacerme una cesárea.
Mi bebé pesó 3.290 gramos. En los tests que les hacen a todos los recién nacidos obtuvo la máxima puntuación (10) y dio negativo en la prueba de la carga viral, así como también en las siguientes que le realizaron. A día de hoy, ya nos han confirmado que nuestro hijo es seronegativo.
Es un niño precioso y muy alegre, y nosotros somos los padres más felices del mundo. No podía dejar de compartirlo con todas y todos vosotros.
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