opina. La idea de poder hablar de una enfermedad, que nace después de un período de tiempo de incubación y que se transmite por la sangre, los fluidos corporales y las relaciones sexuales, no es fácil.
Hoy, una vez más, recuerdo ese día de 1983 como una fecha fatídica de mi vida, en la que me comunican mi “seropositividad” y que un anticuerpo recorre mi sangre.
Quisiera transmitir, desde mi experiencia, lo mucho que sufrí tras comprobar, a lo largo de estos años, la poca sensibilidad y preocupación de unos servicios médicos asustadizos e ignorantes. En 1987, cuando se inició el tratamiento con Retrovir® (zidovudina), la mayoría de las personas que eran portadoras empezaron a tomarlo como un remedio para la enfermedad que se les venía encima. En su mayor parte, ellas se quejaban de los efectos secundarios y devastadores que producía dicho tratamiento. Desde ese año, las patologías relacionadas con el sida aparecían, produciendo sufrimiento, dolor y muerte.
Pocos y pocas fueron los que sobrevivieron a una enfermedad que vino sin saberse bien de dónde, pero que afectó, de forma desproporcionada, a todo un grupo de personas: los usuarios de drogas.

Después de 25 años de “seropositividad”, tengo que decir que se puede vivir con dignidad, ilusión y con expectativas de futuro. Mi mensaje es optimista, puesto que, desde mi condición de persona que, por fortuna, está bien de salud, considero importante aceptar el VIH y mis anticuerpos (que lo intentan mantener a raya), para, de esta forma, normalizar el problema y enfrentarme día a día con las ganas de luchar y vivir.
A todas aquellas personas que estén en mi situación, o incluso en otras situaciones no tan favorables como la mía, quiero decirles que fueron esos propios anticuerpos del VIH los que me proporcionaron más ganas de vivir, de llevar una vida plena como nunca la había tenido antes. Es verdad que la droga me brindó momentos de placer, nuevas sensaciones y otras muchas cosas, pero no es menos cierto que me pude dar cuenta de que también estaban asociados a la muerte, a la enfermedad, al sufrimiento y, sobre todo, a una gran soledad que es muy difícil de llenar con algo.
En mi caso, las drogas arruinaron mi vida, deterioraron mi salud y destruyeron toda mi esperanza depositada en ellas. No puedo dejar de citar la importancia de la vida, de poder llevarla con la lucidez y la naturalidad que dan las ilusiones, los sueños y las esperanzas reales. Quiero recordar a esos miles de muertos por la enfermedad. En mi recuerdo están, y jamás olvidaré, todo lo que ellos esperaban: comprensión, cariño, un abrazo o un ‘¿cómo estás?’; algo que, en los últimos momentos de su vida, abandonados en la soledad de una cama, no tuvieron. Para todos ellos, mi respeto y cariño.
Estas reflexiones que comparto en este texto no son más que mi mundo interior, un escrito que deseo dejar como legado, experiencia y regalo a los chavales de las unidades terapéuticas; unas divagaciones, deseos, ilusiones y pensamientos íntimos que, sin ningún temor, quiero compartir.
Ahora siento una especie de paz interior que inunda mi ser, una necesidad de que el mundo sepa quién soy, sin sombras; esta sed de vida me arrastra hacia la verdad, sentirme vulnerable es estar cerca de todos vosotros.
Lázaro Blanco
Agente de Salud
Unidad Terapéutica y Educativa del
Centro Penitenciario de Villabona
(Asturias)
Quisiera transmitir, desde mi experiencia, lo mucho que sufrí tras comprobar, a lo largo de estos años, la poca sensibilidad y preocupación de unos servicios médicos asustadizos e ignorantes. En 1987, cuando se inició el tratamiento con Retrovir® (zidovudina), la mayoría de las personas que eran portadoras empezaron a tomarlo como un remedio para la enfermedad que se les venía encima. En su mayor parte, ellas se quejaban de los efectos secundarios y devastadores que producía dicho tratamiento. Desde ese año, las patologías relacionadas con el sida aparecían, produciendo sufrimiento, dolor y muerte.
Pocos y pocas fueron los que sobrevivieron a una enfermedad que vino sin saberse bien de dónde, pero que afectó, de forma desproporcionada, a todo un grupo de personas: los usuarios de drogas.

Después de 25 años de “seropositividad”, tengo que decir que se puede vivir con dignidad, ilusión y con expectativas de futuro. Mi mensaje es optimista, puesto que, desde mi condición de persona que, por fortuna, está bien de salud, considero importante aceptar el VIH y mis anticuerpos (que lo intentan mantener a raya), para, de esta forma, normalizar el problema y enfrentarme día a día con las ganas de luchar y vivir.
A todas aquellas personas que estén en mi situación, o incluso en otras situaciones no tan favorables como la mía, quiero decirles que fueron esos propios anticuerpos del VIH los que me proporcionaron más ganas de vivir, de llevar una vida plena como nunca la había tenido antes. Es verdad que la droga me brindó momentos de placer, nuevas sensaciones y otras muchas cosas, pero no es menos cierto que me pude dar cuenta de que también estaban asociados a la muerte, a la enfermedad, al sufrimiento y, sobre todo, a una gran soledad que es muy difícil de llenar con algo.
En mi caso, las drogas arruinaron mi vida, deterioraron mi salud y destruyeron toda mi esperanza depositada en ellas. No puedo dejar de citar la importancia de la vida, de poder llevarla con la lucidez y la naturalidad que dan las ilusiones, los sueños y las esperanzas reales. Quiero recordar a esos miles de muertos por la enfermedad. En mi recuerdo están, y jamás olvidaré, todo lo que ellos esperaban: comprensión, cariño, un abrazo o un ‘¿cómo estás?’; algo que, en los últimos momentos de su vida, abandonados en la soledad de una cama, no tuvieron. Para todos ellos, mi respeto y cariño.
Estas reflexiones que comparto en este texto no son más que mi mundo interior, un escrito que deseo dejar como legado, experiencia y regalo a los chavales de las unidades terapéuticas; unas divagaciones, deseos, ilusiones y pensamientos íntimos que, sin ningún temor, quiero compartir.
Ahora siento una especie de paz interior que inunda mi ser, una necesidad de que el mundo sepa quién soy, sin sombras; esta sed de vida me arrastra hacia la verdad, sentirme vulnerable es estar cerca de todos vosotros.
Lázaro Blanco
Agente de Salud
Unidad Terapéutica y Educativa del
Centro Penitenciario de Villabona
(Asturias)
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