gTt-VIH

Conocí a quien creí que sería el amor de mi vida. Todo transcurrió muy rápido, y en dos meses ya estaba viviendo con él. Nunca me dijo que tenía VIH, así que nunca tomé precauciones. En mayo de 1996, en el preoperatorio de una intervención, me detectaron el virus, y una llamada telefónica me citó con urgencia en la consulta del médico, quien me comunicó que era portadora del VIH. Yo no sabía de qué me estaba hablando, hasta que mencionó la palabra ‘sida’. Creí morir en ese momento; a partir de aquel día, todo cambió para mí. El miedo y la ignorancia sobre la enfermedad me llevaron a un estado de depresión.

Al comunicárselo a mi pareja, éste me culpó de que yo lo había infectado. Pasó el tiempo y no me adaptaba a ninguna medicación, caí en picado. Sufrí varias neumonías, estrés, tra­tamiento psiquiátrico, aislamiento social; en fin, no era vida. Pensé que lo mejor era irme de este mundo, y lo intenté, pero, por algún motivo que aún no entiendo, lograron salvarme del intento de suicidio. Cuando desperté, no reconocía ni siquiera a mis hijas.

Fue entonces cuando una doctora de medicina interna —la cual se dio cuenta de que, aparte de mi enfermedad por VIH, había algo más— me brindó su apoyo y confianza, y detectó que estaba siendo maltratada psicológicamente por mi pareja. Él no paraba de repetirme, día a día, que tenía que estar con él, pues nadie iba a querer a una ‘sidosa’. Esa frase era el obstáculo que me impedía revelarme.

A finales de 1997, como un regalo de Navidad, encontré entre sus cosas, bien escondida, una carta del hospital, en la que pude leer que él no toleraba el tratamiento para el VIH; la misiva estaba fechada en 1994. Entonces, lo comprendí todo: él conocía su enfermedad y nunca me lo dijo; no sólo me infectó, sino que, además, me hizo cargar con la culpa de su infección. Le pedí una explicación; se derrumbó. Me pidió perdón, me manifestó que me amaba, que tenía miedo a perderme. Sentí tanta rabia que pensé en abandonarlo… pero al final lo creí, lo perdoné y me quedé con él. En 1998, nació nuestra hija, perfectamente sana, pero fue pasando el tiempo y también el amor. Me volqué por completo en aquella criatura que tanto me necesitaba.

En 2004, a través de la organización UNAPRO, donde me informaban de todo lo relacionado con mi enfermedad, y mediante tratamiento psicoterapéutico, pude conocer a personas que compartieron generosamente sus experiencias y su sabiduría. Me fortalecí y ocurrió: me separé y me quedé yo sola con mis hijas.

Un día, en el descanso de una terapia, llegó a mis manos LO+POSITIVO. Leyendo la página de contactos, me llamó la atención el anuncio de un hombre; yo no buscaba nada, sólo compartir con alguien mi historia. Estaba lejos y pensé que me sería fácil desahogarme con una persona que creí que jamás conocería; me daba vergüenza, pero le escribí una carta de saludo, brindándole mi amistad. Al cabo de un mes, recibí una carta; al leerla, descubrí que era el hombre al que yo había escrito. No puedo negarlo, me emocioné, pues sus palabras me hacían sentir como si lo conociera de toda la vida.

Estaba preso, sin esperanzas, con una inmensa soledad, igual que yo. Seguimos escribiéndonos como amigos, era genial; nos parecíamos tanto que, sin darnos cuenta, surgió la chispa del amor. Le facilité mi teléfono y, por fin, pudimos hablar. Fue emocionante; me declaró su amor y me pidió un compromiso formal. Acepté. Me llenaba de vida, era un hombre especial. A partir de entonces, mi vida cambió: quería luchar, vivir, reír. No dejamos de hablar ni un día, a pesar de nuestra distancia; sólo me faltaba verlo, pues me había enamorado de un hombre sin rostro. Él, sin embargo, sí me conocía por fotos.

En junio de 2007, lo arregló todo para que fuera a visitarlo. Viajé de Tenerife a Barcelona. Su familia me acogió en su casa; él me esperaba. Cuando llegó el día de visita, mis hijas y yo, nerviosas y emocionadas, fuimos a Lleida. Llegó el momento: 8 de junio a las tres de la tarde. Los pies no me respondían, pero ya no había marcha atrás. Crucé el pasillo hasta una habitación, y allí estaba él, mirándome. Las niñas corrieron hacia él a abrazarlo. Ambos teníamos nuestras miradas clavadas, nos abrazamos… No tengo palabras para describir tanto amor, al vernos y sentirnos tan cerca. ¡Confirmado!, estábamos hechos el uno para el otro. Nos vimos tres veces más, pero tuve que regresar a casa con todo nuestro dolor, pero éramos conscientes de la situación.

Hasta el día de hoy, seguimos juntos. Es un hombre culto, sincero, apasionado, inteligente y lleno de esperanzas. Quizá a finales de este año le den la condicional a Tenerife en tercer grado y así podremos empezar (o continuar) nuestra gran historia de amor.

Conclusión: Si mi destino era pasar por esta enfermedad para conocerlo, ha merecido la pena, pues el amor lo cura todo. Soy otra mujer, trabajo, estoy bien física y mentalmente, y todo gracias a vuestra revista. Nuestro amor tiene nombre por decisión mutua: ECLIPSE; por lo grande y maravilloso que es. Pasamos de la oscuridad a brillar como el sol.

En nombre de los dos, os agradezco que estéis ahí.