LMP43, al detalle. Estas líneas tienen una única pretensión: introducir algunos elementos para pensar. Hace ya tiempo que me preocupa el rumbo que va tomando el abordaje de la infección por VIH/sida. Vivimos en una época obsesionada por el ideal de la salud; ideal entendido, además, como el perfecto bienestar físico, mental y social, tal como lo definió la OMS. Ideal irrealizable, porque la propia condición humana es siempre limitada y está expuesta a dificultades y problemas.
Control social
La generalización de este ideal hace que el discurso médico actual nos plantee una exigencia de cuidados cada vez más feroz. Vivimos en una época en la que todos los ámbitos de la vida han sido medicalizados y no hay problema o circunstancia vital que quede fuera del campo médico. Es el discurso médico el que nos enuncia lo bueno, lo permitido, lo prohibido, y premia o castiga a quienes se apartan de la buena nueva. Es, además, un saber sobre lo “normal” y lo que queda fuera de dicho ámbito, y promueve en consecuencia todo tipo de proyectos de reeducación y adaptación, como si fuera posible saber cuál es la vida normal, la correcta, la que debe ser.
Este enfoque se da también en el campo del VIH/sida. Asistimos en la actualidad, por ejemplo, a lo que llamaría ‘el furor de la prueba’: todo el mundo tiene que hacerse la prueba. Que sea el discurso médico el que lo promueva es coherente con su deriva actual, pero que las organizaciones entremos en ese discurso me parece preocupante. Recuerdo cómo, en los primeros años del activismo, mostrábamos un respeto infinito por las decisiones de las personas sobre si hacerse o no la prueba, el modo y el lugar elegido. Dábamos la información las veces que hiciera falta, el counselling que fuera necesario y respetábamos la decisión de cada persona.
Es cierto que hoy existen fármacos eficaces y nos cuesta aceptar que personas que pueden beneficiarse de ellos no los tomen. Pero una cosa es crear recursos cercanos y accesibles, facilitar el acceso, y otra cosa es decirle a todo el mundo que se haga la prueba, universalizarla, y si además se pueden registrar todos los casos, mejor. Así, será más fácil dirigirnos hacia esa buena vida saludable para todas y todos, lo queramos o no. Hasta donde me alcanza, eso es control social.
La complejidad de lo humano

La salud como derecho
Es sabido que la salud no es siempre una prioridad para las personas; ¿por qué nos escandaliza tanto este tema y no otros? Y, sobre todo, ¿qué conseguimos con estos mensajes moralistas? ¿Quién puede saber lo que es el bien para cada persona?
El VIH ha venido para quedarse. Mientras no tengamos una vacuna eficaz y un tratamiento curativo, la gente va a seguir infectándose, y más si seguimos alentando políticas normativizadoras y moralizantes, sin realizar un trabajo social que modifique las condiciones de vulnerabilidad a la infección.
El abordaje del VIH sólo puede ser eficaz desde un enfoque basado en la complejidad y el respeto. Que el discurso médico tome un camino reduccionista, biologicista y de control debería hacernos reflexionar sobre cuál es realmente la posición que adoptamos desde el activismo.
Yo me inclino por la resistencia. Trabajar en un enfoque en el que la salud sea un derecho, no una obligación. Trabajar para que se creen recursos, para que la información sea accesible, y resistirse al furor médico por dirigir la vida y la moral de las personas. Creo que nuestro papel no es dictar la normatividad, sino comprender cómo son las cosas y ser un soporte para las personas que nos lo demandan. Hubo un tiempo en el que la medicina respondía a la demanda de las personas; hoy ese tiempo ha pasado y la medicina se impone a través de controles médicos, registros de enfermedades, regulación de conductas, etc. ¿Será ese también nuestro camino?
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