Editorial LO+POSITIVO 42, Primavera 2009: Desde sus inicios, el VIH/sida nació como una enfermedad estigmatizada. En el imaginario colectivo, su asociación con el sexo, la sangre y la muerte, así como con colectivos que ya arrastraban una pesada carga de rechazo y exclusión social, hizo que las personas que vivían con VIH fuesen vistas como responsables de su propia enfermedad y como fuente de contaminación para esa entelequia de pureza física y moral que es la población general.
La discriminación hacia las personas con VIH supone una vulneración de los derechos humanos y, por tanto, cuestiona los cimientos de cualquier sociedad democrática, pero además, como ha reconocido ONUSIDA, obstaculiza de raíz cualquier esfuerzo en materia de prevención para contener la propagación de la enfermedad.
Sin duda, la situación ha cambiado mucho respecto a los años ochenta, y en gran medida ello ha sido posible gracias al trabajo y al coraje de muchas personas afectadas por el VIH. Ahora hay más información y menos miedo, y se ha ganado algo de terreno en materia de derechos.
No obstante, mientras las personas con VIH tengan que seguir ocultando su condición serológica para no sufrir rechazo en su círculo familiar y social, mientras se les vete el acceso a servicios y prestaciones que el resto de la población disfruta por derecho propio, mientras su libertad de movimiento esté en entredicho, es decir, mientras no se respeten los derechos fundamentales de las personas con VIH, entonces el estigma y la discriminación seguirán siendo la gran tarea pendiente.
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