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  1. Lo+Positivo 37, primavera 2007
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Barcelona, ciudad postal

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La noche de las elecciones municipales, l@s representantes de los partidos políticos que aspiraban a gobernar el Ayuntamiento de Barcelona se lamentaron amargamente de la cifra récord de abstención: más de la mitad de l@s ciudadan@s había decidido no ejercer su derecho a voto y quedarse en casa, ir a la playa o pasear sin rumbo fijo. La compunción era especialmente visible en los rostros de los tres partidos (PSC, ERC e ICV) que rigen los destinos de la urbe mediterránea y como ya es habitual, aunque también cansino, se comprometían a estudiar a fondo las causas del desapego de l@s barceloneses al gobierno de su ciudad, por utilizar las palabras de Imma Mayol (ICV), teniente de alcalde y responsable, entre otras áreas, de la Agencia de Salud Pública local.
Imagen: Barcelona ciudad postal
Así que l@s polític@s que quieren representarnos y manejar el asunto de la cosa pública se preguntan por qué más del 50% de l@s habitantes de Barcelona no fue a votar. Tal vez podamos ayudar a nuestr@s insignes munícipes poniendo sobre el tapete algunos datos básicos y reflexionando sobre las contradicciones que reflejan.

La Agencia de Salud Pública de Barcelona lleva unos pocos años alertando sobre el repunte de la incidencia de varias enfermedades infecciosas en el municipio, especialmente la tuberculosis, la hepatitis B, el VIH y otras ITS como la sífilis y la gonorrea. De forma periódica, l@s regidores convocan a los medios de comunicación para regañar a la población (una costumbre muy arraigada entre l@s responsables de salud pública de nuestro país) y sermonearnos porque nos portamos mal, para acabar empleando el ya también fatigoso latiguillo de que «no hay que bajar la guardia», una expresión que vale tanto para un roto como para un descosido, y que consigue la magia de traspasar la responsabilidad del político al/la ciudadan@: si aumentan las infecciones es porque no haces lo que yo te digo, no porque mis políticas sean erróneas (o, en realidad, ni siquiera existan).

Unos cuantos números nos pueden servir sin embargo para entender qué está pasando. Según datos de la propia administración municipal, el Ayuntamiento de Barcelona se gasta cada año unos 17 millones de euros en publicidad municipal. No está mal, ¿verdad? Con este bolsillo se puede brillar con esplendor en las banderolas colgadas de farolas, los anuncios luminosos sobre las aceras y en el metro, en las inserciones en periódicos impresos y digitales, y en los coloreados folletos de propaganda institucional que periódicamente se envían a cada sufrido hogar barcelonés.

En contraste, la cantidad que la coqueta, turística y abrumada Barcelona dedica en 2007 a subvencionar a ONG para que asuman la promoción de la salud desde un punto de vista comunitario es de 196.030 euros con 8 céntimos. Aclarar que aunque una proporción significativa se reserva al VIH/SIDA, también se incluyen aquí otras enfermedades (cáncer, esclerosis múltiple, reumatismo) y el uso de sustancias adictivas y de alcohol.

La comparación de las cifras es muy clarificadora: por cada euro que la ciudad dedica a subvencionar actividades para la mejora de la calidad de vida de sus habitantes, gasta 85 en hacerse publicidad a sí misma. Inspirándonos en el adagio sobre la mujer del César, cabría decir que para nuestro excelentísimo Ayuntamiento lo importante no es estar bien, sino parecerlo. Como en entrañables postales de viaje, la apariencia externa de la ciudad, en una fotografía cuidadosamente tomada para que nada desentone, es lo que debe llevarse, de largo, el mayor esfuerzo. Cómo viva la gente, qué derechos puede ejercer y a qué servicios tiene acceso, es algo secundario.

No nos extraña que l@s barceloneses estén hasta el gorro. Con el impulso de grandes acontecimientos, una presencia masiva de turistas y la reserva del espacio público para el uso y disfrute de la moral social dominante puedes crear una cierta ilusión de progreso y bienestar y mantenerla como un espejismo durante un tiempo más o menos largo. Pero un día, agotada la paciencia, todo acaba cayendo por su propio peso.

Esperemos que el nuevo gobierno municipal tome nota de este extendido hastío e invierta las prioridades de inversión para que la salud de sus ciudadan@s sea más importante que el ego de sus polític@s.

Tal vez así, al sentir que tiene alguna utilidad, más habitantes de la ciudad se animen a ejercer su derecho al voto en las próximas convocatorias electorales.

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