editoriales
Decíamos en el editorial del número anterior que el fallo del hígado se estaba convirtiendo en la principal causa de fallecimiento de las personas con VIH. Cuando el hígado, un órgano vital, deja de funcionar, la única –y urgente– solución es un trasplante. Pero los obstáculos hasta ahora hace poco eran insalvables, y todavía casi lo son.
Primero se dijo literalmente que no valía la pena. Una persona transplantada con cualquier órgano toma inmunosupresores para evitar el rechazo. Eso suponía una contradicción con la idea de restaurar el sistema inmunitario en quien lo tenía comprometido por el VIH. Sin embargo, la mejora palpable que ha supuesto la Terapia Antirretroviral de Gran Actividad (TARGA) ha dejado en entredicho este argumento. Por el contrario, un hígado en buen estado es un elemento fundamental para el éxito de TARGA.
Luego las reticencias han sido sobre la viabilidad: se conjeturaba que una persona con un hígado trasplantado tendría un mal pronóstico, que su supervivencia a medio plazo era limitada. Pero si se conjeturaba era porque no había datos basados en estudios, y si no había datos: ¿cómo podíamos saber si eso era cierto? Era como un pez que se muerde la cola.
Por fin llegaron los programas piloto, con criterios tan estrictos que pensábamos que nunca habría candidatos, pero los ha habido: 26 hasta el momento. El éxito ha sido moderado, sí, pero no ha ocurrido el estrepitoso fracaso que profetizaban algunos. Tampoco ha habido candidat@s a transplantes: hay pocos órganos para demasiada gente, y las persoesas infecciones por doquier en los quirófanos al personal sanitario que argüían algunos cirujan@s, llegando a reclamar seguros multimillonarios.
Ahora los equipos de transplantes aducen prioridades en la selección de nas con una infección concomitante seria (léase VIH) o no entran en las listas o bien tienen que esperar cuando el tiempo corre más deprisa para ellas. Es un contrasentido: quienes tienen VIH por eso mismo se exponen a un mayor riesgo de que su enfermedad hepática empeore, y por ello necesitan con más urgencia el transplante.
Entendemos que desde el punto de vista de la salud pública hay que tomar decisiones difíciles, incluso duras. Pero cuando a una persona con VIH se le niega un órgano vital porque se “cree” que su esperanza de vida posterior será corta, un@ tiende a pensar que esa “creencia”, en quienes nos tienen acostumbrad@s a parapetarse tras “la medicina basada en la evidencia”, está trufada de posiciones morales. En el fondo, vienen a decir, hay vidas que merecen ser salvadas más que otras, y al fin y al cabo la de quien tiene VIH no habrá sido la más ejemplar, ¿no?.
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