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La droga en sí no es un problema irreversible. Es el entorno de la droga, todo lo que rodea su consumo: eso, ese algo imposible de transmitir es lo que te hunde en la miseria. No puedo opinar acerca de su consumo en círculos de gente bien, pues lo desconozco. De lo que se cuece en círculos marginales, sí. Con media alma puesta en mi barrio de gente bien, y la otra mitad en el barrio de los malos. Voy a intentar ser objetiva, no dejarme influir por sentimientos que, justificados o no, han dejado mella en mí. Y es que la droga, que tan mala prensa tiene, que nos es presentada como el diablo de nuestro siglo, puede resultar para mucha gente el único refugio posible. Se dice, yo misma he dicho siempre, que el principal factor que hace que caigas en ese pozo sin fondo es la ignorancia. Sin embargo, ¿puede alguien, en plena posesión de sus facultades mentales, concluir que desea formar parte de ese subgénero humano que forman l@s drogadict@s? Sí. ¿Puede salir, si así lo desea, puesto que su elección ha sido consciente, madura? Posiblemente. Sí, posiblemente podrá dejar el consumo. Pero hay problemas añadidos que casi siempre se ignoran en los programas terapéuticos, en los juicios de valor, en las estadísticas. ¿Dónde deja al hij@, fruto de un momento de inconsciencia, que engendró en un cuerpo que ahora detesta?, y el/la drogadict@ involuntari@, ¿dónde deja el odio que ha ido cultivando hacia sí mism@? ¿Cómo averigua en qué esquina se vendió la voluntad? ¿Dónde te guardan el tiempo perdido?
Pasea por el barrio marginal. Si sólo conoces sus historias de lejos, desde la comodidad de no estar involucrad@ en ellas, seguramente te dirás para ti mism@: ¡qué vergüenza! ¿Cómo el gobierno puede permitir esa dejadez moral? Se quejan de no constar en ningún registro decente, ¡pues que trabajen! ¿Cómo dejan a sus hij@s la libertad que niegan a sus mujeres? Y ellas, ¿sólo saben prostituirse? Esa realidad escondida, la otra cara de la ciudad que sale a relucir en los momentos más inoportunos, es aberrante. Sí, seguramente ése es el diálogo interior que una persona normal mantiene con ella misma cuando se cruza con el ejemplo de lo que jamás querría ser. Aquí el problema grave (¡o la solución!) es que no se trata de ser o no ser. Nadie nace drogadict@, que yo sepa. No busquen el origen de una adicción en conductas aprendidas, en falta de educación, de información o de salud mental. ¡No! ¿Por qué conformarnos con una explicación tan cutre, tan fácil, tan absurdamente lógica? Hay que aprender a leer los ojos de la gente, a no resignarse, a no querer hacer bandos. Los buenos y los malos. Los trabajadores y los vagos. Los inteligentes y los tontos. Los adinerados y los pobres. Los luchadores y los cobardes. Los fuertes y los vulnerables. Los dignos y los vomitivos. ¿Por qué?
No es más bueno el ejecutivo que engaña a su mujer en los supuestos viajes de negocios que el ladrón que la maltrata. Son dos formas de maltrato. Una, bien vista (quizás porque no se ve), la otra mal vista (sobre todo de cara a la galería). Ni es peor padre el que deja a sus niñ@s más tiempo de la cuenta en la calle que el que sólo sabe su nombre por las facturas del colegio privado. Todo se aleja bastante de mis valores morales y, sin embargo ¡cuán cerca estoy de protagonizarlo, a consecuencia de esta sociedad hipócrita! ¿De verdad creen que sólo me distancia de estos hechos el acto de aspirar, fumar o inyectarme un polvo blanco? La droga es un marrón, sí; un marrón físico que presta su nombre a todo un mundo de problemas emocionales. Quitad la droga del mundo y veréis que el hombre inventa otra manera de hacer notar lo que no se nota a simple vista. En los barrios tristes, grises, mojados de tantas lágrimas evitables que acaban mezclándose con la lluvia, de callejones estrechos (a veces sin salida), de ropas en el balcón y gritos, muchos gritos (aislados, eso sí) y de secretos a voces se puede cortar la rutina con un cuchillo, se puede oler el miedo reprimido, se puede tragar la rabia. La droga es sólo un elemento más de esas vidas resignadas a sobrevivir. En los barrios enfermos de olvido, el destino de cada persona parece estar escrito (alguien así lo ha hecho creer) y por eso la gente no se molesta en cambiarlo. Cuando se dan cuenta de la realidad, cuando la lucidez decide hacerles una mala pasada y visitarles un día, ya están demasiado sucios. Ya han echado raíces en un cuerpo y un lugar equivocados, ya rieron en su día de las posibilidades de que el cuerpo humano pueda albergar pureza, ya se vendieron por nada, ya se pelearon entre ellos, ya perdieron el juicio, ya enjuagaron sus venas con el veneno que puso a su disposición la parte de la sociedad que quería que desaparecieran. Ya fueron conejillo de indias de sus detractores, del enemigo a quien jamás le vieron la cara, sino el producto que salía de sus laboratorios. Impotencia es lo que me invade cuando veo a jóvenes que se autodenominan rebeldes por el hecho de drogarse, cuando eso es precisamente lo que se espera de ell@s. ¡Rebelaros de otra forma, joder, que os están convirtiendo en el vertedero de sus frustraciones! No puedo soportar la injusticia. Dadle a la droga la culpa de la enfermedad, no la de la locura. El hombre no está preparado para afrontar los desafíos, porque relega su capacidad de reacción a una sustancia a la que se le da toda la culpa de la incompetencia humana. Cuerpos destrozados por la enfermedad, almas asustadas esperando una vacuna contra la verdad, no queriendo saber, no queriendo escuchar. Nada de eso ha pasado, todo cambiará.
Huele a felicidad mal entendida, el barrio de los malos. Nadie le explicó la verdad. Me pegarían si intentara explicarles que su sufrimiento no sirve de nada, que todo es mucho más fácil, que les han engañado. No tengo la solución a su problema. Sólo sé cuál es la peor salida: continuar haciendo algo que no te llena. Quitaros las cadenas que os han inventado, y empezad de nuevo.
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