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  1. Lo+Positivo 26, otoño 2003
  2. Opinión

El hombre del sombrero rojo

la cara culta

 

Nacido en 1955, Hervé Guibert murió de SIDA en París en 1991. Fotógrafo reconocido, crítico cultural en el diario Le Monde, se le conoce sobre todo por sus libros autobiográficos, en parte póstumos, que cuentan minuciosamente su combate contra la enfermedad. 


Quería disimular su calvicie incipiente debajo de un sombrero elegante levemente calado en la cabeza…

Así se asoma Hervé Guibert por la portada de L’homme au chapeau rouge (una posible traducción al español sería El hombre del sombrero rojo), tercer volumen de su historia personal iniciada por Al amigo que no me salvó la vida y continuada por El protocolo compasivo. La foto en blanco y negro de Hans Georg Berger que le quita el color sangriento a la prenda no deja de sorprender. Hervé con un libro de tapas claras bajo el brazo y el cuello ceñido por una bufanda está mirando por la ventana un paisaje de contornos borrosos. La claridad del ojo, el perfil agudo de la oreja y la ventana de la nariz entreabierta lo manifiestan como un ecce homo contemporáneo abierto al mundo y expuesto a la vez a la manera de esas estatuas vivas de Clara y la penumbra de José Carlos Somoza . 

De hecho, en algo menos de ciento cincuenta páginas, el libro nos brinda la quintaesencia de la experiencia vital guibertiana. Las sesenta y nueve secuencias que lo ritman oscilan entre las Cosas vistas de Victor Hugo y los Apuntes de Malte Laurids Brigge de Rilke. Más que un diario, es un calidoscopio humano, entre realidad y ficción, placer y dolor, deseo y angustia. Hervé juega con los nombres –Juliette, Lena, Jules, Aïvasouski, Tartirius…– como si fueran objetos –«Acababa de preguntarle a Lena lo que significaba su nombre en ruso y me había contestado que era el nombre de un río»– y, en cambio, da vida a los lienzos entrevistos, anhelados poseídos: «El cuadro iba conquistando mi deseo. Lo reconocía como un objeto familiar, una posesión de toda la vida». La ciudad, detestada cuando se asimila a un quirófano, le encanta como laberinto estético: «me acuerdo de cada autobús que me ha permitido descubrir un cuadro ». Por muy paradójico que sea, los cuadros tan inmóviles como su retrato de portada le permiten viajar, mudar y hasta travestirse. Cuenta que un día, en una galería, se hizo pasar por un art dealer (marchante) estadounidense, un tal Keith y que la estafa le provocó un placer desconocido. Al desmenuzarlo, la experiencia del dolor le acerca a los retratos en miniatura como si fueran espejos de Dorian Gray: «un exvoto siciliano que había descubierto diez años atrás en Palermo, un perfil de muchacho con el cuello, mi cuello que habían abierto en busca de una prueba de un linfoma». Empero no se contenta con esa apariencia fugaz por estática, quiere experimentarla y por eso no le basta la realidad de los frecuentes contactos con el famoso pintor Balthus que se convierten pronto en una especie manude acoso desenfrenado y decepcionante. La va sustituyendo por la fantasía de una visita al estudio de Yannis –incipit de su odisea literaria – in absentia: «Me gustaba Yannis. No se trataba de una atracción erótica. Me fascinaba su obsesión de sí mismo [...] Me observaba a través de ese hombrecito genial, verdugo de su obra y loco por sí mismo». Y acaba – ¿o empieza?– por soñar la vida como si fuera una obra de arte frágil y violenta a la vez, confiriendo a su amour des garçons un tinte placentero de eternidad: «Hay pandillas de jóvenes en mi barrio que regresan en moto a las cinco de la mañana. Me moriría por estar con ellos en una de los motos en vez de dormir en mi cama.» Al final del libro, Hervé nos confiesa que ha perdido unas cincuenta páginas de su manuscrito en un aeropuerto y que aunque se las sabe de memoria no podrá reproducirlas porque una vez escritas las cosas le parecen definitivamente borradas. 

El hombre del sombrero rojo se ha ido pero nos ha dejado esas ciento cincuenta páginas con la promesa de las cincuenta perdidas como un testimonio sutil de que, más allá de nuestras vidas, pervivimos gracias a la contemplación del arte. 

1.Hervé GUIBERT, L’homme au chapeau rouge, París, Gallimard Folio, n°2647,  1992. Las traducciones al español son mías.
2. Planeta, 2001.
3."Había salido rumbo a Corfú para reunirme con el pintor Yannis"

 

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