a fondo
Entre la publicación de este número de LO+POSITIVO y el anterior falleció Juan Pablo II, jerarca máximo de la Iglesia Católica. Las múltiples alabanzas durante su agonía y funerales, que llegaron a caer en lo que el diario francés Libération calificó de “papolatría”, tienen que dejar paso a un sereno debate sobre su legado, y en especial su catastrófico papel en relación a la expansión del VIH en el mundo. Para ilustrarnos, hemos elegido traducir y reproducir un editorial de la prestigiosa revista científica The Lancet, nada dada a los excesos, publicado pocas semanas antes de la desaparición del Sumo Pontífice.
“Con más de mil millones de miembros, la Iglesia Católica es una institución muy irresponsable que hace daño a la medicina. A pesar de tener una formación científica que a veces pone en duda e incluso ridiculiza la religión, l@s médic@s saben que la fe personal de un paciente cualquiera puede dar fuerza y ser de utilidad de cara a un sufrimiento y desesperación profundos.
La fe puede ser terapéutica. Pero cuando nos referimos a una religión organizada (y en especial a la política del Papa actual) la fe parece presentar obstáculos insalvables para la prevención de enfermedades. En ningún campo es este problema tan grave como en el del VIH/SIDA.
La Iglesia Católica reconoce el enorme precio humano del SIDA. El Papa Juan Pablo II ha descrito esta pandemia como “indudablemente una de las mayores catástrofes de nuestro tiempo, sobre todo en África”. Ha hecho hincapié en cómo las instituciones católicas proporcionan un cuarta parte de la atención total ofrecida a las personas que viven con VIH. Ha exigido también el tratamiento urgente de personas jóvenes infectadas con el virus; que la Iglesia hiciera campaña para ampliar los derechos de la mujer; que las compañías farmacéuticas reconocieran sus responsabilidades sociales a la hora de proporcionar el acceso a los medicamentos; y que la Iglesia “asista a l@s afectad@s por esta enfermedad y que mantenga a la opinión pública informada debidamente sobre esto”.
Pero el Papa Juan Pablo II también es implacable en su interpretación de las doctrinas de la iglesia cuando habla de frenar la propagación del VIH. Critica con firmeza las prácticas tradicionales africanas, tales como la poligamia, sin dar muestras de conocimiento de la historia de África y de su cultura.
Aborrece lo que él ha calificado como “mentalidad contraceptiva” del continente. Y, haciendo gala de una carencia asombrosa de conocimiento sobre las presiones diarias de la vida africana, condena lo que él describe como “la actividad sexual inmoral e irresponsable” en África. Y peor aún, se opone a ideas clave en la prevención del SIDA, como por ejemplo la salud reproductiva y sexual.
Los errores no vienen todos de una misma parte. La semana pasada, ONUSIDA publicó un informe sobre el futuro de la epidemia del VIH en África, SIDA en África: Tres escenarios hasta 2025. La agencia presentó una estampa sombría pronosticando que el 10% de la población de África podría morir en 2005 si no se hace más para frenar la expansión de la infección. Dada la influencia de la enseñanza católica, es sorprendente y decepcionante a un tiempo que en ninguna parte de este informe haya un análisis que corrobore las contribuciones, ventajosas y desfavorables, que la Iglesia está llevando a cabo en la actualidad respecto a la pandemia en África.
El Papa también ha publicado un libro recientemente. Su memoria e identidad se proyectan en su “legado espiritual e intelectual”. Se hecha en falta una respuesta estudiada del VIH/SIDA en este legado. En su lugar, prefiere señalar con ira “las ruinosas consecuencias en la esfera moral de la vida pública”.
Ni la Iglesia Católica ni ONUSIDA parecen querer entablar una discusión madura sobre algo en lo que ambas partes están de acuerdo: es una de las amenazas más graves para la salud y el bienestar de la humanidad. Este aislamiento mutuo autoimpuesto no interesa especialmente a nadie, y a quien menos a aquell@s que viven en África.
Resulta alentador que haya nuevos signos de diferencia entre el Papa y algunos de sus cardenales. El mes pasado, el cardenal Georges Cottier sugirió que los condones eran un medio “moralmente justificado” de frenar la expansión del SIDA. Católic@s de todo el mundo parecerían desear con ansia la llegada de un tiempo en que su Iglesia aproveche a fondo su papel público, no sólo para servir a aquell@s a l@s que afecta el sufrimiento, sino también para aplicar sus doctrinas, con humildad y valentía, para aquell@s cuyas vidas están bajo una amenaza insólita.
Lamentablemente, la opinión sobre el legado del actual papa será que permitió que un principio aplicado erróneamente destruyera la posibilidad de un frente humano común contra el SIDA. Su sucesor tiene que reemplazar este error eclesiástico con compasión clerical.”
The Lancet, 12 de marzo de 2005
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