Lo más negativo
La Residencia Sanitaria de la Vall d’Hebron de Barcelona fue construida en los años cincuenta a las faldas de la sierra de Collserola con la idea de cubrir el área norte de la ciudad, donde aparecían con rapidez nuevos y precarios barrios destinados a alojar a los miles de inmigrantes llegad@s del sur. No con sorpresa, su primer nombre fue “Residencia Sanitaria Generalísimo Franco”.
Con la llegada de la democracia vino el inmediato cambio de nombre, pero los cambios en su abigarrada estructura arquitectónica y en su caduca organización interna han tardado mucho más.
Hace unos años se iniciaron las obras de remodelación de sus mastodónticos edificios. Como no se podían clausurar las instalaciones al completo, el sistema elegido fue el de ir planta por planta: cada nueva remod e l a c i ó n suponía el correspondiente traslado de servicio.
En eso e s t a m o s hasta que llegamos a la renovación de la unidad de enfermedades infecciosas, donde se visitan las personas con VIH. La planta 6ª, una vez restaurada, debía alojar los servicios correspondientes. Mientras, l@s usuari@s debían visitarse y hospitalizarse en la 4ª. Todo parecía según el plan previsto.
Pero no. Según informaciones facilitadas por usuari@s y personal del centro, la remodelación de la planta 6ª se encuentra acabada desde hace meses, hay quien asegura que desde febrero de 2002. Y la planta sigue cerrada, al menos hasta el momento de escribir estas líneas.
El asunto se agrava porque las condiciones de la 4 planta son francamente lamentables. A unas instalaciones inadecuadas y muy deterioradas se une la sensación de abandono por parte de los servicios de limpieza. Una usuaria, Viky, presenta una reclamación con detalles espeluznantes: 4 y 6 personas por habitación, un lavabo para toda la sección de mujeres y dos para toda la de hombres, falta de aire acondicionado, el suelo se pega al pisarlo, polvo en las ventanas, cortinas sucias... Interrogados por l@s propi@s usuari@s, los servicios de limpieza indican que no vale la pena una intervención a fondo, porque «total, nos iremos pronto».
Pero el cambio de planta no es tan sencillo como mover muebles. La dirección quiere aprovechar para modificar el régimen horario del personal de enfermería, a lo que se opone una parte de éste. Hemos llegado al meollo del asunto: unas instalaciones relucientes permanecen cerradas y otras sucias y obsoletas siguen abiertas por un conflicto laboral que han de sufrir l@s usuari@s.
Una parte de las enfermeras no quiere cambiar su régimen horario y entiende su posición como un derecho adquirido. La dirección entonces opta por contratar nuevo personal para sustituir a quienes se niegan a este cambio, que serán recolocados en otras unidades de la residencia sanitaria.
¿Es ésta la mejor solución? Hay que tener en cuenta que el personal de enfermería que lleva años en el trato con las personas con VIH ha adquirido un patrimonio fundamental: experiencia profesional y memoria institucional. Es decir, es personal que se ha curtido en el abordaje, a veces muy complejo y a veces no sólo clínico, del VIH/SIDA y que por ello acumula un conocimiento precioso para garantizar el nivel de la calidad asistencial. También ha podido conocer las formas y procedimientos propios del centro, cómo funcionan las cosas en el hospital y en ese servicio, lo que se entiende como memoria institucional.
Si cambia la mayoría de las enfermeras, puede perderse la masa crítica que aseguraba la continuidad en la calidad de la asistencia a las personas con VIH. Incluso con gran motivación y buena preparación, y hasta formación a cargo de veteranas que hayan optado por quedarse, las nuevas profesionales necesitarán de un tiempo de adaptación y experimentación en los que habrá sin duda fallos.
Esperemos que en el momento de publicar este artículo esté por fin en pleno funcionamiento la planta 6ª del Hospital Vall d’Hebron y que el relato de este despropósito de retrasos y pérdidas sirva para que no se vuelva a repetir.
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