cuidarse
El dolor es una manifestación a la que casi no se le presta atención. Aunque algunos centros hospitalarios cuentan con las llamadas, con cierta pretenciosidad, "clínicas del dolor", su abordaje todavía deja mucho que desear.
El dolor puede definirse como "aquella experiencia sensorial y emocional desapacible asociada con una lesión, real o posible, de los tejidos". Aunque los mecanismos y vías del dolor empiezan a ser mejor comprendidos, es preciso tener en cuenta que la percepción individual del dolor y la apreciación de su significado son fenómenos complejos que incluyen procesos psicológicos y emocionales, además de la activación de las vías nociceptivas (terminaciones nerviosas o neuronas receptoras de los impulsos dolorosos). Así, la intensidad del dolor no es necesariamente proporcional al tipo de lesión o al alcance de la misma sino que puede verse alterada en muchas localizaciones del sistema nervioso, dependiendo la percepción del dolor de complejas interacciones entre impulsos nociceptivos y extranociceptivos (ajenos a los impulsos dolorosos de las terminaciones nerviosas).
El dolor puede exacerbar el sufrimiento al aumentar la sensación de desamparo, la ansiedad y la depresión, al tiempo que genera una sensación de falta de control personal en lo que se refiere a la capacidad de una persona para modificar las circunstancias que la rodean mediante sus propias acciones.
Algunos estudios realizados en pacientes hospitalizad@s con diagnóstico de SIDA mostraron que más del 50% necesitaba tratamiento contra el dolor, siendo éste el síntoma que aparece en primer lugar en el 30% de los casos, un porcentaje sólo superado por la fiebre.
Los principales síndromes dolorosos recogidos en estudios hasta la fecha incluyen la neuropatía periférica, el causado por el sarcoma de Kaposi, el dolor de cabeza, dolor faríngeo y abdominal, artralgias y mialgias, así como afecciones dermatológicas.
La prevalencia del dolor en personas con VIH varía en función del estadio de la infección, el entorno asistencial y la metodología de los estudios, aunque los cálculos suelen situarse entre el 40 y el 60 por ciento, valores que van en aumento a medida que progresa la infección. Pero a pesar de que estos resultados ponen de manifiesto la existencia de cifras muy elevadas ya en los primeros estadios de la infección, y que aumentan de manera alarmante cuando se produce la progresión a SIDA, estamos ante un síntoma claramente infradiagnosticado y poco comprendido no sólo por el entorno familiar de la persona sino también por el personal sanitario.
Las razones para pasarlo por alto son varias: puede ser difícil de diagnosticar, las manifestaciones suelen ser subjetivas y los métodos de valoración siguen siendo muy rudimentarios, por lo que el/la médic@ debe fiarse sobre todo de las explicaciones que recibe de su paciente. Esto suele generar en el/la profesional responsable una actitud restrictiva ante el tratamiento de este síntoma debida principalmente a la inseguridad que le provoca la prescripción de opiáceos (uno de los tratamientos más eficaces) por temor a que se produzcan adicción y abuso, sobre todo cuando el/la paciente tiene historia de consumo de drogas actual o pasado. Lo que no tienen en cuenta es que diversos estudios han demostrado que los fármacos destinados al adecuado tratamiento del dolor no crean adicción. Sí pueden provocar dependencia física, lo que significa que bastará con pautar una reducción escalonada de la dosis cuando haya que retirarla.
Las actuales directrices internacionales en cuanto a tratamiento del dolor establecen que la falta de tratamiento puede provocar daños graves: el dolor libera determinadas hormonas, como el cortisol, que pueden suprimir la respuesta inmunitaria, además de convertir un malestar pasajero en dolor crónico que resulta mucho más difícil de tratar y que desemboca en un considerable deterioro de la calidad de vida.
La obligación de aliviar el sufrimiento es un componente esencial del deber ético que tiene el/la médic@ de beneficiar y no hacer daño en un sentido amplio, lo que implica que l@s profesionales sanitari@s deberían tener la experiencia clínica y el conocimiento necesarios para el manejo eficaz del dolor. De esta forma, la curación de la enfermedad y el alivio del dolor deberían ser obligaciones inseparables de cualquier profesional médico realmente comprometid@ con la atención y el cuidado de las personas enfermas.
También es posible que l@s familiares que están al cuidado de la persona afectada no se sientan preparad@s para ayudar a un/a paciente que necesite alivio de su dolor o puede que se nieguen a reconocer su existencia para evitar enfrentarse a la posibilidad de que la enfermedad esté progresando. Si tenemos en cuenta la cualidad holística de la medicina, el equipo médico debería procurar tranquilizar tanto a l@s pacientes como a sus familias, haciéndoles comprender que la mayoría de dolores pueden ser aliviados de manera segura y eficaz. Estas situaciones necesitan la colaboración continua entre pacientes, familiares y profesionales sanitarios para determinar cuáles son los objetivos del manejo del dolor y poder así proceder de manera conjunta a su control.
REFERENCIAS:
Lark Lands. Pain Killer Pain. Revista POZ. Número de junio de 2002. Sección "Pain and HIV" en http://www.hivpositive.com
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