las más positivas
«Comprometernos a eliminar las desigualdades de género, el abuso y la violencia basada en el género, y a aumentar las capacidades de las mujeres y las adolescentes para protegerse del riego de la infección por VIH, principalmente mediante la provisión de atención y servicios de salud, incluyendo entre otros, la salud sexual y reproductiva y el acceso pleno a la información y la educación y asegurar que las mujeres pueden ejercer su derecho a tener control y decidir libre y responsablemente sobre asuntos relacionados con su sexualidad para aumentar su capacidad de protegerse frente al VIH, incluyendo su salud sexual y reproductiva, libre de coerción, discriminación y violencia, y adoptar todas las medidas necesarias para crear un entorno capacitador para el empoderamiento de las mujeres y para fortalecer su independencia económica y, en este concepto, reiterar la importancia del rol de hombres y chicos en la consecución de la igualdad de género.»
Éste es el punto 30 de la Declaración acordada por los jefes de gobierno de los países que forman las Naciones Unidas en la última Sesión Especial sobre SIDA de la Asamblea General (UNGASS) en el que se recogen los acuerdos tomados para mejorar la capacidad de las mujeres para protegerse frente al VIH. Cinco años han pasado desde la primera Declaración de Compromiso, cinco largos años durante los que las palabras recogidas en ella (que posiblemente todavía resuenen en las paredes del edificio) no han tenido el impacto práctico que la urgencia de la epidemia requiere. Y lejos de reconocer el fracaso para ponerle remedio, vuelven a empezar la discusión en el mismo punto en que la iniciaron hace cinco años. Como si el tiempo se hubiera detenido entonces, si no fuera porque el número de muertes ha continuado produciéndose sin cesar en este tiempo.
Si analizamos este párrafo para ver exactamente a qué se comprometen nos damos cuenta de que se han sumado a la tendencia de utilizar los derechos de las mujeres para fingir que se comprometen a algo.
«Eliminar las desigualdades de género, el abuso y la violencia...» parece un buen propósito dado que está suficientemente demostrado que esta injusticia masiva es uno de los factores fundamentales en la progresión de la pandemia. Si leemos la anterior declaración, este mismo propósito estaba recogido ya en el documento de hace cinco años... y en ésta vuelve a quedar muy correcto.

La realidad nos dice que un gran número de mujeres se ven obligadas a someterse a la prueba del VIH cuando se quedan embarazadas, y esto hace que ellas sean las primeras de la familia en recibir el diagnóstico de seropositividad con lo que se las culpa por ser las que introducen el VIH en la familia y se las castiga con el abandono, el aislamiento, el maltrato físico e incluso la muerte. Esta prueba obligatoria ha sido propuesta por l@s mism@s que dicen querer eliminar el abuso y la violencia.
«... Incluyendo entre otros, la salud sexual y reproductiva... », ¿cómo se atreven a proclamar otra vez que se comprometen a ofrecer servicios de salud sexual y reproductiva, cuando ni siquiera están dispuest@s a admitir que tenga lugar una discusión en la que aparezcan conceptos como “derechos sexuales”? En algunos círculos se produce una verdadera batalla para eliminar el concepto de derechos sexuales, y para ello sustituyen las palabras por “protección de la salud sexual”. Y entonces yo me pregunto qué entienden por salud sexual y cómo pueden comprometerse a protegerla sin garantizar al mismo tiempo los derechos de las mujeres a decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad.
¿Qué carga de cinismo se necesita para hablar de la violencia contra las mujeres, cuando la sola mención de “interrupción voluntaria del embarazo” amenaza con poner fin a las negociaciones?
¿Qué miedos ancestrales se despiertan cuando se habla de promocionar los derechos de las mujeres, cuando se propone despejar el cómo y el porqué de los roles de género tradicionalmente aceptados como verdades o cuando se plantea la necesidad de explorar de qué manera las definiciones de masculinidad y feminidad contribuyen a perpetuar los desequilibrios de poder?
Desde el mismo momento en que dio comienzo la Asamblea quedó manifiesta la actitud de un gran número de países miembros (Siria, Egipto, Pakistán, Gabón... y por supuesto Estados Unidos, por nombrar sólo los más explícitamente contrarios) que continúan negándose a admitir la evidencia más aplastante sobre los factores que contribuyen a propagar la epidemia, es decir, que la falta de reconocimiento de los derechos de las mujeres es lo que pone ese “rostro femenino” a la pandemia.
Una perla indiscutible fue el discurso de la Sra. Bush, por ejemplo, cuando dice: «Todas las personas tienen que saber cómo se transmite el SIDA (sic) y todos los países tienen la obligación de educar a sus ciudadan@s. Por eso, todos los países deben promover la alfabetización, especialmente de mujeres y niñas, para que puedan hacer elecciones adecuadas que las mantendrán sanas y seguras». Evidentemente, lo que deja claro la señora Bush es que las elecciones sanas y seguras a las que se refiere son las que promueve el enfoque ABC que la Administración que preside su marido impone allá donde va (siglas en inglés de abstinencia, fidelidad y uso de condones).
Los tabúes que sirven para esconder la existencia de la diversidad de prácticas sexuales, el estigma que rodea las identidades y orientaciones sexuales diferentes a las social y culturalmente admitidas, el menosprecio por las consecuencias que la desigualdad entre géneros tiene sobre la vida de las personas, principalmente de las mujeres de todo el mundo, la connivencia con el ejercicio de la violencia contra las personas más vulnerables debido a su dificultad para expresar su poder... todo esto ha tenido en el pasado y sigue teniendo un lugar preeminente en el hemiciclo de las Naciones Unidas siempre que ocupan sus puestos aquell@s delegad@s que vuelven la vista ante la tragedia que sus decisiones ponen en las vidas de millones de personas.
Pero si los gobiernos fracasaron en ofrecer lo que es su principal responsabilidad, la de procurar los medios para la protección de la salud, la seguridad y los derechos de las personas, l@s líderes de la sociedad civil deberíamos hacer una profunda revisión sobre cuál ha sido nuestro papel en este proceso y por qué razón todo el esfuerzo realizado para conseguir un avance en la adopción de medidas contra la progresión de la epidemia no dejó más que un simulacro de intenciones. Ya es hora también de que la comunidad haga una reflexión sobre el verdadero significado de “participación”, “inclusión”, “liderazgo”.
Éste es el punto 30 de la Declaración acordada por los jefes de gobierno de los países que forman las Naciones Unidas en la última Sesión Especial sobre SIDA de la Asamblea General (UNGASS) en el que se recogen los acuerdos tomados para mejorar la capacidad de las mujeres para protegerse frente al VIH. Cinco años han pasado desde la primera Declaración de Compromiso, cinco largos años durante los que las palabras recogidas en ella (que posiblemente todavía resuenen en las paredes del edificio) no han tenido el impacto práctico que la urgencia de la epidemia requiere. Y lejos de reconocer el fracaso para ponerle remedio, vuelven a empezar la discusión en el mismo punto en que la iniciaron hace cinco años. Como si el tiempo se hubiera detenido entonces, si no fuera porque el número de muertes ha continuado produciéndose sin cesar en este tiempo.
Si analizamos este párrafo para ver exactamente a qué se comprometen nos damos cuenta de que se han sumado a la tendencia de utilizar los derechos de las mujeres para fingir que se comprometen a algo.
«Eliminar las desigualdades de género, el abuso y la violencia...» parece un buen propósito dado que está suficientemente demostrado que esta injusticia masiva es uno de los factores fundamentales en la progresión de la pandemia. Si leemos la anterior declaración, este mismo propósito estaba recogido ya en el documento de hace cinco años... y en ésta vuelve a quedar muy correcto.

La realidad nos dice que un gran número de mujeres se ven obligadas a someterse a la prueba del VIH cuando se quedan embarazadas, y esto hace que ellas sean las primeras de la familia en recibir el diagnóstico de seropositividad con lo que se las culpa por ser las que introducen el VIH en la familia y se las castiga con el abandono, el aislamiento, el maltrato físico e incluso la muerte. Esta prueba obligatoria ha sido propuesta por l@s mism@s que dicen querer eliminar el abuso y la violencia.
«... Incluyendo entre otros, la salud sexual y reproductiva... », ¿cómo se atreven a proclamar otra vez que se comprometen a ofrecer servicios de salud sexual y reproductiva, cuando ni siquiera están dispuest@s a admitir que tenga lugar una discusión en la que aparezcan conceptos como “derechos sexuales”? En algunos círculos se produce una verdadera batalla para eliminar el concepto de derechos sexuales, y para ello sustituyen las palabras por “protección de la salud sexual”. Y entonces yo me pregunto qué entienden por salud sexual y cómo pueden comprometerse a protegerla sin garantizar al mismo tiempo los derechos de las mujeres a decidir sobre nuestro cuerpo y nuestra sexualidad.
¿Qué carga de cinismo se necesita para hablar de la violencia contra las mujeres, cuando la sola mención de “interrupción voluntaria del embarazo” amenaza con poner fin a las negociaciones?
¿Qué miedos ancestrales se despiertan cuando se habla de promocionar los derechos de las mujeres, cuando se propone despejar el cómo y el porqué de los roles de género tradicionalmente aceptados como verdades o cuando se plantea la necesidad de explorar de qué manera las definiciones de masculinidad y feminidad contribuyen a perpetuar los desequilibrios de poder?
Desde el mismo momento en que dio comienzo la Asamblea quedó manifiesta la actitud de un gran número de países miembros (Siria, Egipto, Pakistán, Gabón... y por supuesto Estados Unidos, por nombrar sólo los más explícitamente contrarios) que continúan negándose a admitir la evidencia más aplastante sobre los factores que contribuyen a propagar la epidemia, es decir, que la falta de reconocimiento de los derechos de las mujeres es lo que pone ese “rostro femenino” a la pandemia.
Una perla indiscutible fue el discurso de la Sra. Bush, por ejemplo, cuando dice: «Todas las personas tienen que saber cómo se transmite el SIDA (sic) y todos los países tienen la obligación de educar a sus ciudadan@s. Por eso, todos los países deben promover la alfabetización, especialmente de mujeres y niñas, para que puedan hacer elecciones adecuadas que las mantendrán sanas y seguras». Evidentemente, lo que deja claro la señora Bush es que las elecciones sanas y seguras a las que se refiere son las que promueve el enfoque ABC que la Administración que preside su marido impone allá donde va (siglas en inglés de abstinencia, fidelidad y uso de condones).
Los tabúes que sirven para esconder la existencia de la diversidad de prácticas sexuales, el estigma que rodea las identidades y orientaciones sexuales diferentes a las social y culturalmente admitidas, el menosprecio por las consecuencias que la desigualdad entre géneros tiene sobre la vida de las personas, principalmente de las mujeres de todo el mundo, la connivencia con el ejercicio de la violencia contra las personas más vulnerables debido a su dificultad para expresar su poder... todo esto ha tenido en el pasado y sigue teniendo un lugar preeminente en el hemiciclo de las Naciones Unidas siempre que ocupan sus puestos aquell@s delegad@s que vuelven la vista ante la tragedia que sus decisiones ponen en las vidas de millones de personas.
Pero si los gobiernos fracasaron en ofrecer lo que es su principal responsabilidad, la de procurar los medios para la protección de la salud, la seguridad y los derechos de las personas, l@s líderes de la sociedad civil deberíamos hacer una profunda revisión sobre cuál ha sido nuestro papel en este proceso y por qué razón todo el esfuerzo realizado para conseguir un avance en la adopción de medidas contra la progresión de la epidemia no dejó más que un simulacro de intenciones. Ya es hora también de que la comunidad haga una reflexión sobre el verdadero significado de “participación”, “inclusión”, “liderazgo”.
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