Más de un tercio de las personas con el VIH no coinfectadas por hepatitis tendrían el hígado graso

Francesc Martínez
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El síndrome metabólico –concurrencia de lípidos elevados, diabetes e hipertensión– sería un importante factor de riesgo de padecer dicha patología hepática

Según una revisión sistemática de estudios publicada en AIDS, más de un tercio de las personas con el VIH podrían desarrollar esteatosis hepática (hígado graso, también conocida como esteatosis hepática no alcohólica [NAFLD, en sus siglas en inglés]) a pesar de no estar coinfectadas por hepatitis virales. Diversas alteraciones metabólicas tales como niveles de lípidos elevados o diabetes, así como la presencia de un índice de masa corporal (IMC) elevado, se relacionarían significativamente con el desarrollo del hígado graso. El estudio también halló elevadas prevalencias de esteatohepatitis no alcohólica (NASH, en sus siglas en inglés, una forma más agresiva de NAFLD) y de fibrosis hepática vinculadas, como en el caso anterior, a la existencia de desórdenes de tipo metabólico.

Las enfermedades hepáticas son causa frecuente de complicaciones graves y fallecimientos en personas con el VIH. Frecuentemente las causas que subyacen a dichas enfermedades son las coinfecciones por hepatitis virales, pero en los últimos años diversos estudios han apuntado hacia que dichas patologías serían frecuentes incluso en aquellas personas con el VIH no coinfectadas por hepatitis virales.

El hígado graso se define como la acumulación anómala de grasa en el tejido hepático. Dicha condición puede evolucionar a una forma más grave, la esteatohepatitis, en la cual el hígado se inflama y se inicia un proceso inflamatorio que puede ir destruyendo los hepatocitos, que son sustituidos por tejido cicatricial en un proceso conocido como fibrosis hepática y cuyo estadio final es la cirrosis hepática, la cual puede acabar conllevando la descompensación hepática y la necesidad de realizar un trasplante de hígado.

Aun sin un tratamiento efectivo, el hígado graso, en personas sin el VIH, se relaciona con la concurrencia de diversos factores tales como las alteraciones en los niveles de lípidos, la hipertensión y diabetes (que en su conjunto forman el denominado síndrome metabólico).

Dado que en personas con el VIH dicho síndrome se ha relacionado a algunos antirretrovirales y a la propia infección crónica, era de esperar que el hígado graso fuera más frecuente en personas con VIH (aun no estando coinfectadas por hepatitis virales) que en la población general.

Para cuantificar adecuadamente el impacto del hígado graso en personas con el VIH sin hepatitis virales, los autores de la presente investigación emprendieron una revisión sistemática –con su correspondiente metaanálisis– de todos los estudios que permitieran identificar la prevalencia y los factores de riesgo de padecer hígado graso, esteatohepatitis y fibrosis hepática en personas monoinfectadas por el VIH.

Un total de diez estudios cumplieron los criterios de inclusión. Cuatro fueron realizados en EE UU, dos en Francia y los cuatro restantes se llevaron a cabo en Canadá, China, Japón e Italia; de forma respectiva.

Las poblaciones de los diferentes estudios variaron entre los 14 y los 435 participantes. Un estudio excluyó a las personas con diabetes, mientras que en los otros la prevalencia de dicha patología se movió entre el 5 y el 49% de los participantes.

El 90% de los participantes eran hombres y su IMC se movió entre 22,8 Kg/m2 (en el estudio japonés) y 29,9 Kg/m2 (en uno de los estudios realizados en EE UU). Todos los estudios fueron de tipo transversal y realizados –cada uno de ellos– en un único centro médico. Estos dos factores reducirían la calidad de los hallazgos, una limitación del presente metaanálisis.

Los investigadores restringieron el análisis de la prevalencia de hígado graso a 5 estudios en los que el diagnóstico se realizó mediante técnicas de imagen –en vez de la biopsia, menos fiable para establecer dicho diagnóstico-. La prevalencia de hígado graso obtenida fue del 35%, aunque se observó cierta heterogeneidad en función del estudio.

Para evaluar el impacto de la esteatohepatitis se utilizaron los datos de 6 de los estudios, en los cuales se diagnosticaron 208 casos, lo que supuso una prevalencia de esteatohepatitis del 42%. La heterogeneidad de los estudios seleccionados para cada análisis se hace manifiesta en dicho cálculo, ya que la prevalencia hallada de hígado graso fue menor que la de esteatohepatitis (que es una forma grave de esteatosis hepática y que, por tanto, debería suponer un porcentaje inferior al de casos de hígado graso).

En cuanto a la prevalencia de fibrosis hepática, esta fue del 22% (a partir de los datos obtenidos en 6 de los estudios analizados).

Seis de los estudios aportaron datos suficientes para poder determinar factores de riesgo de desarrollo de esteatosis hepática. Los hallados como significativamente asociados al desarrollo de hígado graso fueron tener un alto IMC (p <0,00001), tener un perímetro de la cintura elevado (p <0,00001), padecer diabetes mellitus de tipo 2 (p= 0,02), tener hipertensión (p= 0,00006), niveles de triglicéridos elevados (p= 0,001), niveles altos de colesterol total (p= 0,001), niveles bajos de colesterol HDL (p= 0,003), niveles elevados de colesterol LDL (p= 0,003), altos niveles de glucosa en ayunas (p= 0,0007) y niveles elevados de las transaminasas ALT y AST (p <0,0001).

En lo que respecta a los factores de riesgo de padecer esteatohepatitis, solo tres estudios recopilaron información respecto a ese punto y no permitieron establecer relaciones significativas.

Un total de 4 estudios recopilaron factores de riesgo de desarrollo de fibrosis hepática. Aquellos que alcanzaron valores significativos fueron tener un elevado IMC (p <0,04), altos niveles de glucosa en ayunas (p= 0,000001) y niveles elevados de la transaminasa AST (p <0,003).

Los resultados de la revisión sistemática y el correspondiente metaanálisis, a pesar de sus limitaciones, permiten establecer que la esteatosis hepática, la esteatohepatitis y la fibrosis hepática son muy prevalentes entre personas con el VIH no coinfectadas por hepatitis virales. Ello debería hacer replantear los protocolos de seguimiento rutinario de la salud hepática de las personas monoinfectadas por el VIH, ya que la detección precoz de dichas condiciones hepáticas permitiría cambios en las pautas de tratamiento antirretroviral o en el estilo de vida (como por ejemplo la alimentación o el ejercicio físico) que podrían frenar el desarrollo del daño hepático.

Fuente: Aidsmap / Elaboración propia (gTt-VIH).

Referencias: Maurice JB et al. Prevalence and risk factors of nonalcoholic fatty liver disease in HIV-monoinfection. AIDS 31: 1621-32, 2017.

Morse CG. Fatty liver disease in HIV: common, underappreciated, and understudied. AIDS 31: 1633-35, 2017.

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